Archivo por días: 11 agosto 2015

UN ESPÍA ENTRE AMIGOS: ENTRETENIDO LIBRO SOBRE EL ESPÍA KIM PHILBY

Kim Philby

Beirut, 12 de enero de 1963. Un corresponsal británico se dirige a un piso de la localidad donde ha sido citado y donde, inesperadamente, es recibido con un viejo conocido. Ambos han compartido la misma educación de élite, han sido compañeros de trabajo y amigos tan cercanos que incluso uno de ellos ha tenido que salir en defensa del otro cuando desde el mismo Parlamento británico se ha cuestionado la lealtad del otro. Sin embargo, ahora todo es distinto. Ese día de invierno, en la capital del Líbano, y ante unas tazas de té, ambos saben que la suerte está echada y que ese encuentro marcará un antes y un después. Tras acabar la conversación, uno de los dos personajes sabe que su fachada se ha venido abajo y que su imagen ha quedado ya irremisiblemente expuesta, por lo que no queda otro remedio que la escapada. En efecto, pocos días más tarde desaparecía súbitamente para reaparecer al poco tiempo en la capital de la Unión Soviética. Ese encuentro al que acabamos de hacer referencia es el que mantuvieron John Nicholas Rede Elliott, miembro de los Servicios Secretos Británicos, y Harold Adrian Russell Philby, célebre periodista que durante un tiempo en el pasado ocupó destacados puestos en los Servicios de Inteligencia Británicos o MI6. En dicha entrevista quedó claro para Elliott que su antiguo compañero y amigo era, desde los años treinta, no sólo un comunista convencido, sino un agente de los soviéticos, a quienes llevaba tres décadas facilitando información confidencial. “Kim” Philby (el apodo lo tomó del célebre protagonista de la novela homónima de Rudyard Kipling) no vió otra opción que desaparecer y unirse a otros miembros del “círculo de Cambridge” que ya se encontraban en la Unión Soviética. El que una persona de quien se acababa de confirmar que era un traidor a la patria pudiese desaparecer en las propias narices de sus compatriotas únicamente puede explicarse como una negligencia sin precedentes o, más bien, como una invitación de sus antiguos colegas para que el espía tomase las de Villadiego y desapareciese. El caso es que la huída de Philby sacó a relucir muchos trapos sucios en una y otra orilla del Atlántico, dado que en 1949 había ocupado nada menos que el puesto de enlace entre los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses, puesto que ocupó hasta que las informaciones de un desertor soviético pusieron de manifiesto que el gobierno comunista ruso poseía una red de espionaje inserto en las más altas instancias de la jerarquía del MI6, siendo precisamente ese momento en el que el nombre de Philby saltó a la palestra por vez primera. Y, aunque en esta ocasión salió bien librado, una década después las sospechas, hasta entonces huérfanas de prueba alguna, se confirmaron y la acusación pudo sustentarse con bases más sólidas. Así, durante los últimos veinticinco años de su vida, Philby hubo de residir en el país al que de corazón había servido. Tras su llegada a la Unión Soviética en 1963, permaneció allí hasta su fallecimiento en el año 1988.
Si el mundo del espionaje es apasionante, el que tiene lugar en el periodo de la guerra fría es particularmente interesante. Los delicados juegos de equilibrio entre ambos bloques, los intentos de penetrar en la coraza del adversario mediante personas que encubriesen su traición bajo la máscara de patriotismo ha dado lugar a todo un submundo tanto en la literatura como en el cine y la televisión. Así, el ejemplo más reciente es la serie norteamericana The Americans, donde se cuenta la vida cotidiana de un matrimonio de espías rusos ubicados en territorio americano en los años inmediatamente anteriores a la caída del muro de Berlín. Esa época, que hace evocar en la mente del interesado figuras con sombrero y gabardina sumidas en el humo del cigarrillo que consumen, ha servido como telón de fondo para que celebérrimos autores como Ian Fleming o John Le Carré (por ciento, ambos vinculados al mundo de los servicios secretos) ubicaran la trama de sus novelas.
Ese complicado juego de toma y daca, de engaños, requiebros y traiciones que constituye el mundo del espionaje ha sido objeto de un reciente estudio debido a Ben Macintyre, y que lleva por título Un espía entre amigos. La gran traición de Kim Philby. El libro se abre con una introducción de apenas una página donde se hace eco del encuentro mantenido por Elliot y Philby al que anteriormente nos hemos referido para, a continuación, en un largo flashback, narrar en todos los capítulos las vidas paralelas de ambos. Los dos formaban parte de la clase media-alta de la época post-victoriana; los dos eran hijos de padres severos y muy bien situados en el establishment británico (en el caso de Elliott, su padre era el rector de la Universidad de Eton; el progenitor de Philby era un apasionado del mundo árabe hasta el punto que fue destacado por los servicios de inteligencia ingleses en Arabia, llegando incluso a convertirse al islam); los dos cursaron estudios universitarios en los mejores centros. Ambos entraron en los Servicios Secretos, como expone Macintyre, sin apenas experiencia y más que nada debido a la buena posición social de sus familias. En un estilo más propio de una novela del género que de un ensayo histórico (dado que una vez sumergido en la lectura uno cree estar leyendo una novela de Le Carré, quien, por cierto, es autor de un breve epílogo) el lector va sumergiéndose en el tenebroso mundo del espionaje con sus traiciones, dobles caras, mentiras y sobresaltos. Pero, sobre todo, uno queda sorprendido de la inconsciencia y la falta de previsión existente en la cúpula de la inteligencia inglesa (y parte de la americana) en la primera mitad de siglo, donde la amistad y las relaciones personales eran la mejor carta de presentación haciendo bueno el dicho de “quien tiene un amigo, tiene un tesoro”. Pero eso mismo acarreó el deficiente funcionamiento de la institución, lo que unido a la excesiva afición de sus miembros al consumo alcohólico, que contribuyó a relajar las lenguas máxime en las reuniones entre compañeros de trabajo, ponía las cosas mucho más fáciles a quienes, como Philby, no tenían más que escuchar lo que se decía en esos encuentros “informales” y transmitirlos a sus contactos soviéticos.
De toda la carrera de Philby (que, paradójicamente, siendo corresponsal en España durante la guerra civil estuvo a punto de fallecer en nuestro país debido a la explosión de una bomba soviética, lo que le llevó a ser condecorado por el gobierno del General Franco) hay un momento que destaca sobre todo. Y es aquel en que, una vez su nombre ha saltado a la palestra e incluso se le llega a identificar en el Parlamento británico como el “tercer hombre” (tras las deserciones de Donald McLean y Guy Burguess, otros dos británicos que eran en realidad espías rusos) celebra una rueda de prensa en la casa materna y ante todos los periodistas congregados, hace gala de sus inmensas dotes al seducir a toda su audiencia, negando cínicamente todas las acusaciones que se le imputaban. Mintió con su mejor apostura, convenció no sólo a su auditorio inmediato, sino al mediato hasta el punto de que el supervisor soviético de Philby llegó a indicar que estuvo “impresionante”. Como dato curioso, Philby abominase tanto de los desertores soviéticos como de los rusos que vendían secretos a los occidentales, a quienes reputaba de traidores a su patria, lo que no deja de ser curioso dado que hacían, precisamente, lo mismo que él estaba haciendo.
En definitiva, una apasionante lectura para estos meses de estío y vacaciones.