LOS DIARIOS DEL JUEZ JOHN JAY: ESTAMPAS DE LA VIDA SOCIAL Y JURÍDICA EN LA NUEVA INGLATERRA DE FINALES DEL SIGLO XVIII.

John Jay letter

John Jay no fue sólo uno de los padres fundadores, sino un brillante abogado, un avezado diplomático que llegó a alcanzar la propia jefatura de la diplomacia estadounidense en su fase inicial (fue Secretario de Asuntos Exteriores entre diciembre de 1784 y febrero de 1790) y presidente del Tribunal Supremo entre septiembre de 1789 y junio de 1795. Pero, sobre todo, fue una persona metódica y ordenada, que nos dejó un diario que elaboró en tres diferentes etapas de su vida. No interesan en estos momentos las dos primeras fases de ese diario, es decir, la cumplimentada durante su etapa como negociador del que sería Tratado de París, suscrito entre Inglaterra y Francia en 1783 y que supondría el reconocimiento de los Estados Unidos como nación independiente; y la que desarrolló durante su última época al frente del Departamento de Asuntos Exteriores. Sí nos interesa, y mucho, el diario que redacta durante su etapa como juez. Aun cuando el mismo ya había sido adelantado en el segundo volumen de la Documentary History of the Supreme Court of the United States (monumental recopilación de documentos jurídicos debidos a Maeva Marcus), la reciente aparición del quinto volumen de los Selected Papers of John Jay (que abarca sus años al frente de la judicatura federal), hace que vuelvan a cobrar interés.

Conviene no perder de vista un dato esencial. Aunque Jay no era precisamente una persona que se caracterizase por dar a la luz panfletos, opúsculos o reflexiones político-jurídicas como sí hacían otros coetáneos suyos, ello no quiere decir que fuese precisamente un ágrafo. Al contrario, su abundante correspondencia mantenida con los personajes más relevantes de su época (George Washington, John Adams, Thomas Jefferson, Elbridge Gerry, George Clinton, Alexander Hamilton, Governeur Morris, entre otros) así como sus numerosos informes oficiales hace que la publicación de escritos selectos de su archivo ocupe, en la actualidad, cinco tomos de más de setecientas páginas cada uno, a falta de los dos últimos, presumiblemente de la misma extensión. Si a esa correspondencia añadimos un estilo literario y forense muy depurado, una cuidada sistemática y un afán por preservar documentos esenciales para la historia del país al que con tanto amor sirvió durante su vida pública, hace que sea imprescindible la lectura de esas obras de uno de los personajes más importantes y sin embargo más olvidados de la etapa fundacional.

Pues bien, esa última etapa del diario es denominada por los editores como Circuit Court Diary, por cuanto refleja las vivencias de Jay durante sus desplazamientos por territorio norteamericano para asumir su papel de juez de circuito. Y es que, recordemos, los jueces del Tribunal Supremo no gozaban de una vida descansada en la tranquilidad de sus estrados, sino que las sesiones de dicho órgano se limitaban a dos meses en todo el año, más en concreto los de febrero y agosto; el resto del periodo anual debían ejercer como jueces de circuito en varias partes del territorio, debiendo efectuar continuos desplazamientos a lo largo de la vasta geografía norteamericana, en continua expansión hacia el oeste. Esos desplazamientos de los jueces del Tribunal Supremo (práctica que se denominaba riding circuit) se mantuvo, pese a las protestas formales de sus señorías, hasta 1891, cuando se crean los modernos Tribunales de Apelación con sede y composición fija. Viajes que, por cierto, no eran sufragados con fondos públicos, sino que los habían de abonar los jueces de su propio bolsillo.

Es ciertamente delicioso asomarse a las páginas del diario, donde Jay se nos muestra de cuerpo entero: siempre honesto, serio pero con un leve toque de humor que de cuando en cuando asoma tímidamente; locuaz, pero sin superar ciertos umbrales, y por tanto no debe extrañarnos que, por ejemplo, en la entrada del 2 de mayo de 1790, durante su estancia en Massachussets, tras informar que pasa el día con el Attorney General del estado y con el juez William Cushing, todos ellos tienen “una conversación muy interesante que pienso será mejor no sea transcrita.” ¿Cuál sería el objeto de esa conversación “muy interesante” para que Jay no considerase oportuno transcribirla en un documento aparentemente no destinado a la publicación, sino para uso estrictamente personal? ¿Acaso temía Jay que su diario cayese en manos equivocadas y que lo dicho por tres juristas en cargos públicos podría comprometerles? Jamás lo sabremos.

Lo que sí es seguro es que el diario es una ventana abierta que nos permite asomarnos a la vida cotidiana en una Nueva Inglaterra que afronta la última década del siglo de las luces. Aspectos de la vida cotidiana y del ejercicio de la profesión legal en los estados de la costa nordeste del país se nos revelan en pequeñas frases taquigrafiadas, aunque en ocasiones Jay se explaya de lo lindo.

Sabemos por su epistolario que Jay viajaba a caballo y que rehusó los numerosos ofrecimientos que varios de sus amigos le hicieron para alojarse en sus casas a lo largo del viaje, algo que rechazó para evitar malos entendidos. Normalmente Jay optó por residir en alojamientos públicos como hostales y tabernas (algunas de las cuales describe), y en otras ocasiones con su hermano, o incluso en la residencia que se estaba construyendo en Bedford para el momento en el que se retirase del cargo público que ocupaba. Valgan unos simples botones de muestra en los cuales Jay nos describe sus viajes durante cuatro días del mes de abril de 1790:

16.- Parto al Circuito Norte – Alojado con mi hermano en Rye – Nublado & Frío.

17.- Voy a Bedford – Viento nordeste & crudo. Ceno en Holly. Luego voy a mi granja.

18.- Violenta tormenta de nieve & seguida de lluvia y viento nordeste – muchas cercas derribadas.

19.- Tiempo inestable – permanezco en la granja.

20 – Parto – cerca de la casa de reuniones de Salem viajo durante un rato en compañía de un anciano – me dice que por mis criados ha sabido quién soy – él es el ministro presbiteriano del lugar – su nombre es Mead y es el hermano del Dr. Mead – se trasladó al estado de Nueva York hace 28 años – durante ese tiempo no había votado en elección alguna ni se había visto envuelto en política por considerarlo incompatible con sus deberes profesionales – caso no muy común

[…] Cerca de New Haven un grupo de caballeros de la ciudad salen a nuestro encuentro y nos acompañan a la misma – me alojo en la Taberna Browns, donde encuentro al juez Cushing

Pero Jay no sólo nos muestra el estado de la meteorología, quiénes le acompañan o el itinerario que recorre, sino peculiaridades de la vida jurídica en los albores de la historia norteamericana, y en los que el propio Jay, pese a ser uno de los más avezados juristas, deja constatación de algunas dudas jurídicas que alberga:

22 de abril – Se abre la sesión del Tribunal – Se admiten como abogados y consejeros (tal es la costumbre aquí) a varios caballeros del mundo del derecho, bajo la recomendación del juez Law.

Aquí se retribuye a los miembros del Gran Jurado – los del Tribunal de Condado los paga la hacienda del condado – los del Tribunal Supremo, los paga el estado.

Duda – Cómo pagan los Estados Unidos.

Se presentan escritos en equidad

Duda – (1) Cuales son las normas procesales?
(2) Cuales durante el tiempo que el Tribunal no esté reunido? Mandamientos – Comité para examinar testigos – Honorarios? Es el secretario del distrito igualmente secretario & registrador?

Al jurado se le abonan los viajes

23 de abril – El Tribunal abre de nuevo la sesión
Se acuerda seguir la práctica inglesa para obtener la Equidad – El Tribunal se adaptará a circunstancias locales & de otra índole

El derecho estatal faculta a las partes para depositar el enjuiciamiento de los hechos en el Tribunal en lugar de en el jurado

[…] en materia de jurisdicción, acordamos que gozamos de competencia para conocer de Acciones reales cuando una de las partes (el demandante) es de otro estado

La lectura del diario no ofrece otra dificultad que la derivada del uso de términos legales propios de la época, que han sido definitivamente superados tras dos siglos de práctica. Pero, insisto, estamos ante un documento imprescindible y básico para acercarnos al mundo de la judicatura y del ejercicio de la abogacía en los orígenes de los Estados Unidos, y ello por varios motivos:

1.- Por la autoridad profesional del que lo escribe. En efecto, estamos ante un texto escrito por un jurista, cuyas aportaciones a la vida norteamericana (redactor de la primera Constitución de Nueva York en 1777, autor de numerosos informes jurídicos relativos a política exterior, la imprescindible Carta al pueblo del estado de Nueva York, que inclinó definitivamente dicho estado para que ratificase la Constitución federal) fueron imprescindibles.

2.- Por su honestidad. En efecto, todo el mundo coincide en que Jay era de una honestidad personal e intelectual a toda prueba, sin que nadie nunca le pudiese efectuar reproche alguno.

3.- Por su sinceridad. Ha de tenerse en cuenta que nos encontramos con un documento no destinado a la imprenta, sino para uso exclusivamente interno o personal.

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