Sin duda alguna, Carlos Arniches es uno de los grandes autores teatrales. La edición de su Teatro completo, publicado por Aguilar a finales de los años cuarenta del pasado siglo (y que, paradójicamente, no incluye todas sus obras sino únicamente las elaboradas en solitario) permiten disfrutar de este dramaturgo alicantino que elevó el madrileñismo a cotas difícilmente alcanzables. Algunas de sus piezas (como Los caciques o El señor Badanas) son una acerva crítica a situaciones que pueblan el mundo de la Administración local, y a las que pronto dedicaremos un post. Otras, sirven para mover al espectador a hondas reflexiones, como en La señorita de Trevélez, donde incide en la burla inmisericorde que varios señoritos de una pequeña ciudad perpetran contra uno de sus amigachos utilizando como instrumento involuntario a una joven no muy atractiva de la localidad. Buena prueba de la evolución o, más bien, involución de los tiempos es la moraleja final de la citada “farsa cómica”, pues si la cruel burla a que el infame Tito Guiloya y sus colegas del “Guasa Club” sometieron a Flora de Trevélez y a Numeriano Galán era objeto de reprobación en las líneas finales de la obra, casi un siglo más tarde esa misma burla se haría acreedora no a que se recompensase a sus autores con “los honores de la casa…..de la casa de socorro”, sino con un suculento contratos de cesión de derechos audiovisuales magníficamente retribuido.
No obstante, las obras citadas son fruto de la pluma del Arniches maduro. En su juventud, a finales del siglo XIX, fue autor en colaboración de numerosas piezas en un acto, que han sido recuperadas en la edición que de las Obras completas de dicho autor viene publicando la benemérita Biblioteca Castro. Entre ellas se encuentra La verdad desnuda, una “sátira social cómico-lírica en un acto y cinco cuadros, en verso y prosa” escrita mano a mano con Gonzalo Cantó. Se trata de una obra alegórica que muestra el encuentro de la Buena fe (que desciende de los cielos hacia el mundo) y la Verdad (que huye despavorida de la tierra y sus habitantes). En el diálogo inicial, Arniches y Cantó se sirven de un símil judicial para mostrar al espectador los motivos por los cuales la verdad, más que huir, ha sido proscrita del ámbito terrenal:
“BUENA FE: ¿Es posible?
¿Y salías de la tierra
llorosa y triste?
VERDAD: Y proscrita
Que me impusieron ta pena
Los jueces del tribunal
Que hoy en el mundo sentencian.
BUENA FE: ¿Y quienes son esos jueces?
VERDAD: Don infundio, juez de rectas
Intenciones, don Chanchullo,
Que es el fiscal que condena,
Y don Compadrazgo, que es
El que hace las defensas”
La situación descrita adquiere ribetes tragicómicos cuando la Verdad extrae del saco que lleva consigo numerosos objetos que sirven para mostrar a su interlocutora la Buena Fe los motivos por los que ha sido expulsada del mundo de los vivos. Es significativo que los primeros objetos que muestra sean representativos de la Justicia mundana. Veamos cómo se ilustra el mundo del Derecho en este diálogo entre tan altas virtudes, un diálogo tan suculento y vivo que, aun escrito en el año 1888, las reflexiones últimas quizá al iniciarse la tercera década del siglo XXI no disten tanto de la fecha en la que se publicaron las siguientes frases::
“BUENA FE: ¿Una espada hecha pedazos?
VERDAD: ¡La de la ley!
BUENA FE: ¡Oh!
VERDAD: Pues ésta
Ensarta al pobre y al débil
Pero ante el rico se quiebra
BUENA FE: ¿Un muñeco jorobado?
VERDAD: El derecho humano.
BUENA FE: ¡Buena
Figura…! Será él torcido.
¡Calle!, y aquí unas tijeras.
VERDAD: La lengua de un envidioso.
BUENA FE: ¿Una balanza?
VERDAD: Pues esta
Llena de trampas y engaños
La compré a una verdulera.
Perteneció a la justicia
Que se pesaba con ella,
Sirvió al fin para legumbres
Que hoy la justicia no pesa.”
La espada de la ley rota en pedazos por “quebrarse” ante el rico, el derecho positivo representado por un “muñeco jorobado”, y la balanza antaño perteneciente a la Justicia degradada a instrumento destinado al pesaje de verdulerías.
Es cierto que nos encontramos ante una “sátira” que sus autores adjetivada de “comico-lírica” por sus autores. Pero lo cierto es que los dramaturgo que concibieron tal juguete cómico y que redactaron tan brillante diálogo quizá no se dejaron de mantener los pies en el suelo y tras esa divertida planeación escondían unos pensamientos bastante más amargos.