ENTRE «1984» Y «EL MANANTIAL»: UN FIN DE PERIODO JUDICIAL MARCADO POR LA MUERTE DE LA LIBERTAD INDIVIDUAL.

El pasado viernes 31 de julio de 2020 finalizaba un “año judicial” atípico, marcado por la extensión mundial del COVID-19, que, en nuestro país, como en otros, se tradujo en un confinamiento (eufemismo con el que se encubre la auténtica naturaleza de un verdadero “arresto”) domiciliario acordado el pasado 14 de marzo de 2020 hasta y que se extendió hasta el 21 de junio, es decir, casi un trimestre donde los ciudadanos han visto limitada su movilidad a las cuatro paredes de su vivienda. Un año que, a diferencia de los anteriores, no contempla el mes de agosto como inhábil a efectos judiciales pues nuestro inconsciente e inconsistente legislador ha optado por habilitarlo parcialmente en una especie de “quiero y no puedo”. Un año judicial que ha visto cómo el sistema constitucional ha sido puesto a prueba y que los gruesos muros que hasta el momento lo defendían están siendo atacados mediante arietes y cargas de profundidad que amenazan con derribar las sólidas defensas erigidas por la población española hace cuatro décadas. Un año donde se ha visto mentir impunemente (a diestra y siniestra, pero, lo que es más grave, al propio Gobierno sin el más mínimo rubor) en el Parlamento, donde el principio constitucional de división de poderes ha vuelto a ser quebrantado una vez más, donde personas que en cualquier país civilizado estarían sujetas a una investigación penal han sido puestas a la cabeza de instituciones cuyo fin es la salvaguarda de la legalidad y donde el Poder Judicial, ha rehusado una vez más (no es la primera y me temo no será la última en nuestra historia) cumplir su función de controlar los otros dos poderes refugiándose en la técnica del avestruz para no incomodar excesivamente a los otros dos. Pero quizá el más damnificado es el ciudadano de a pie, cuyos derechos han sido lenta pero progresivamente erosionados hasta extremos inconcebibles hace tan sólo una década, y que con la fácil excusa que proporciona la lucha contra la enfermedad, va a contemplar la muerte de los escasos resquicios de libertad que aún permanecían incólumes. La libertad individual, y especialmente la intimidad (eso que los anglosajones denominan “privacy”) corre el riesgo de convertirse, si no es que se ha convertido ya, en reliquia de un pasado no muy lejano. La individualidad, los derechos de personalidad desaparecen para diluirse en un colectivo, y la persona deja de ser tal para integrarse en una masa amorfa, bastante más fácil de manejar a través de la degradación del sistema educativo y de unos medios de comunicación cada vez más corrompidos que se limitan a vocear consignas que otros les facilitan.

Un ejemplo de lo anterior lo tenemos en el uso obligatorio de las mascarillas, cuya regulación ofrece aspectos realmente grotescos de los cuales ofrecemos un botón de muestra tomando como base la regulación que en Asturias dispone la Resolución de 14 de julio de 2020 de la Consejería de Salud (aunque en realidad no hace más que copiar la regulación estatal anterior): en los “espacios al aire libre y en cualquier espacio cerrado de uso público o que no se encuentre abierto al público” la mascarilla es obligatoria tan sólo “cuando no resulte posible garantizar el mantenimiento de una distancia de seguridad interpersonal de, al menos, 1,5 metros”, lo cual es absolutamente correcto e irreprochable. Ahora bien, en las vías públicas de los núcleos urbanos, la mascarilla es obligatoria “aunque pueda garantizarse la distancia interpersonal de seguridad de 1,5 metros”. Primer interrogante: ¿Por qué en un espacio cerrado de uso público puede prescindirse de la mascarilla si se mantiene la distancia de seguridad y en las vías públicas no aun cuando se supere con creces tal distancia?. Pero no es sólo eso. Aparte de la lógica e inevitable exención de tal ornamento defensivo a quienes padezcan enfermedad respiratoria, no es exigible la mascarilla: “en caso de ejercicio de deporte individual al aire libre.” Lo cual acarrea que, por ejemplo, si cualquier persona desea ir a su centro de trabajo caminando, debe llevar necesariamente la mascarilla, mientras que si acude al mismo centro corriendo en ropa deportiva no. Curioso, muy curioso.

Eso sí, lo anterior viene como anillo al dedo a los Ayuntamientos y a las Administraciones para obtener ingresos de una forma muy sencilla. Valga un ejemplo que quien suscribe pudo contemplar hace apenas un par de días. Un par de agentes de determinado cuerpo municipal, tan raudos ambos en acudir a donde no se les necesita como ágiles en escurrir el bulto en situaciones complicadas, no tuvieron empacho en solicitar la identificación y cubrir un boletín de denuncia a un adolescente que iba desprovisto de la mascarilla; mientras tanto, apenas a veinte metros del lugar donde esos aguerridos e intrépidos funcionarios municipales garantes de la sociedad (que hubieran hecho, sin duda alguna, las delicias del gran Federico Chueca si resucitase a los efectos de modelar su divertidísimo y actual “vals de la seguridad”) arriesgaban notablemente su físico con tamaño despliegue de valor, nada menos que cuatro bicicletas hacían caso omiso de una señal semafórica en rojo, casi arrollando a los viandantes que sí cruzaban la vía de forma correcta; en este último caso, los agentes bien no consideraron necesario denunciar tal infracción, o bien prefirieron hacer la vista gorda, porque lo cierto es que, salvo que fuesen integrantes de la Organización Nacional de Ciegos, es material y físicamente imposible que no se hubiesen percatado de lo que estuvo a punto de constituir un atropello.

En definitiva, que el mundo del segundo semestre del año 2020 avanza a pasos agigantados hacia algo similar a la sociedad que George Orwell describió en su novela 1984, con la peculiaridad que las telepantallas en el interior de los hogares ya no serán necesarias, puesto que puede accederse a lo que cada persona hace y consulta simplemente a través de su móvil, Smartphone o Smart. Y quienes piensen que esto es una exageración, véase que ya se está planteando abiertamente la posibilidad de controlar los mensajes y contactos de cada persona utilizando como argumento justificativo, como no podía ser menos, la lucha contra el COVID-19. Hasta el momento, los domicilios particulares se han salvado de la quema, pero la pregunta es: ¿Por cuánto tiempo? ¿Cuándo el domicilio dejará de ser “el castillo” de la persona y pasará a convertirse en una extensión más del poder?

Ayer día 1 de agosto de 2020 he comenzado la lectura de El manantial, magnífica novela de la escritora rusoamericana Ayn Rand, de la que la propia novelista elaboró el guión para la adaptación cinematográfica de la obra que en el año 1949 dirigió King Vidor con Gary Cooper (a mi entender, demasiado mayor para encarnar con sus casi cincuenta años a un protagonista que en la novela comienza con apenas veinte primaveras) en el papel protagonista. La citada obra literaria narra los avatares de Howard Roark, un joven arquitecto que se niega a asumir los convencionalismos de su profesión y desafía abiertamente lo que podríamos calificar de “corrección política” en la arquitectura. La lucha por mantener sus ideales y su personalidad frente a la masa amorfa le lleva a puntuales fracasos, pero lentamente, poco a poco gracias a su valía y a su tesón, logra imponerse. El contrapunto de Roark es Peter Keating, un claro producto de la sociedad, que no duda en engañar, manipular y bailar al son que se le marca para ascender en el cursus honorum. La diferencia entre ambos es que mientras la carrera profesional de Roark, por utilizar un símil de la construcción, se asienta en sólidos e inamovibles cimientos, los de Keating se elevan sobre arenas movedizas, de ahí que cuando una pequeña tormenta agite a ambos, uno pueda mantenerse orgullosamente en pie.

Aunque el redactor de las presentes líneas ha sido tradicionalmente un optimista nato, los últimos años han ido mermando ese carácter suyo hasta convertirle en un escéptico y, si bien no ha culminado en un pesimista, lo cierto es que no ha sido por las circunstancias. Cuando, como todos los años, este blog efectúa una pausa veraniega, las circunstancias no son ciertamente las más propicias para aventurar un feliz regreso ni para otear un porvenir más despejado, aunque no pierde las esperanzas. Cuando en 1949, a la hora de rodar la citada El manantial, la actriz Patricia Neal desbancó a la inicialmente prevista Lauren Bacall, el actor principal Gary Cooper se lamentó de la elección debido a la poco afortunada que estuvo Neal en las pruebas. Al finalizar el rodaje, Cooper y Neal habían iniciado un tórrido romance que se prolongó durante toda la vida del actor. Por ello, y como el olmo viejo que supo insuflar cierto optimismo en unos momentos muy difíciles para Antonio Machado, no desesperamos en que la situación pueda mejorar pese a los negros nubarrones que se ciernen sobre todos.

Finalizamos esta entrada deseando a los lectores un feliz verano, y que, en la medida de lo posible, puedan relajarse un poco de las tensiones de estos meses. Por ello, a modo de despedida, les ofrecemos el tráiler de El Manantial, animándoles a que visionen esta gran obra maestra del séptimo arte. No les decepcionará.

Feliz verano a todos.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s