
Cuando uno se acerca ya al medio siglo de existencia, la llegada de las fiestas navideñas tiene un peculiar efecto anímico, pues a medida que pasan los años estos últimos días de diciembre me retrotraen inevitablemente a aquellos felices años de la infancia, a finales de los setenta y principios de los ochenta. En el mundo del niño que era entonces no existían más problemas que los inherentes a la escolaridad, es decir, la asistencia a las clases en jornada de mañana y tarde (de nueve a doce y de tres a cinco), las tareas escolares que los maestros nos encomendaban para realizar en casa (léase, deberes) y los temidos exámenes parciales y finales. En aquellos años que vivíamos despreocupadamente, pero bajo la atenta tutela de nuestros padres, la pausa navideña era todo un acontecimiento.
José Luís Garci, en varios de sus libros, evoca aquellos tiempos donde la fiesta de la natividad daba comienzo el 22 de diciembre (con la Lotería) y tenían como punto y final el 6 de enero, el día de los Reyes Magos. Es curioso que entre los recuerdos de la generación de José Luís Garci (nacido en el año 1944) y la mía (la numerosa quinta de 1973) apenas hay variaciones, desde el punto de vista estrictamente sociológico, en lo que a este punto se refiere. Cuando Garci evoca las navidades de su niñez y mocedad, entona una música que no me es enteramente desconocida pese a que treinta años nos separan. Sin embargo, si hoy contara las navidades de mi infancia a una persona treinta años más joven, el abismo entre ambos sería ya abisal hasta el punto que esta última difícilmente podría considerar algo tangible ese mundo ya casi totalmente desaparecido.
De ahí que la imaginación se rebele evocando de nuevo épocas más entrañables, donde en un reducidísimo espacio se juntaba toda la familia para celebrar las fechas tan señaladas, y donde en Nochebuena eran omnipresentes el mensaje de navidad del monarca y el especial navideño del incombustible Raphael, entonando su célebre Tamborilero. Uno de los villancicos que más sonaba por las calles, junto a Noche de Paz (versión española del Silent Night) era el clásico Blanca navidad (White Christmas) que para mi está ligado indisolublemente a la voz del gran crooner Bing Crosby, acompañado por el no menos mítico Sinatra. Con este clásico, en la versión de un intérprete no menos clásico, deseo a todos los lectores del blog que, pese a las difíciles circunstancias por las que atraviesa el planeta, pasen unas muy felices fiestas.
Igualmente. ¡Felices fiestas!
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