YO, EL DIFAMADO. ¿CABE UNA «DUDA RAZONABLE» RESPECTO AL COMPORTAMIENTO DE FERNANDO VII DURANTE EL PERIODO COMPRENDIDO ENTRE 1807 Y 1814?

Ha caído en mis manos hace apenas tres días el último libro de Luís del Pino, titulado Yo, el difamado, y que lleva un subtítulo que inicialmente llama a la perplejidad: “Fernando VII, autobiografía apócrifa de un buen rey”. Se trata no de una novela histórica, sino más bien de una historia novelada que busca dar una nueva interpretación a episodios históricos bastante conocidos pero analizados a modo de alegato de Fernando VII ejercitando su propia defensa ante el tribunal de la historia, utilizando para ello no sólo bibliografía actualizada, sino sobre todo documentación obrante en los archivos españoles y franceses. Confieso que comencé a leerlo hace dos días y no he podido alzar los ojos de su contenido, por lo que acabo de transitar el ecuador de sus seiscientas cincuenta páginas.

Desde el punto de vista formal, ciertamente ni la idea ni la forma son novedosas, aunque la obra es claramente original si tan sólo analizamos el contenido.

Un ensayo biográfico puede efectuarse de dos maneras: la primera, analítico-científica; la segunda, de forma más o menos novelada. Así, son biografías científicas, por ejemplo, la de Javier Tusell sobre Antonio Maura, la de Pedro Carlos González Cuevas sobre Ramiro de Maeztu o la de Patricio de Blas Zabaleta y Eva de Blas Martín-Merás sobre Julián Besteiro. Pero también puede optarse por un estilo más novelesco sin merma alguna del rigor científico, como por ejemplo la extensa aproximación a la trágica figura de María Antonieta efectuada por Stefan Zweig o la que en su día Emil Ludwig realizó sobre Napoleón. Tampoco son infrecuentes las aproximaciones históricas efectuadas en forma de memorias noveladas, como el magnífico retrato que de José I efectuó José Antonio Vallejo-Nájera en su binomio Yo, el rey y su continuación, Yo, el intruso. Incluso también hay obras donde un personaje controvertido afronta un juicio ante el tribunal de la historia, y ello evoca de forma inmediata el análisis que de otra gran figura muy controvertida efectuó en su día Carlos Rojas en su obra gráficamente titulada Proceso a Godoy, donde varios personajes que en su día tuvieron relación más o menos directa con el Príncipe de la Paz deponían por fases ante un tribunal ultraterreno, contando el acusado con la última palabra en su defensa. Hasta aquí, por tanto, nada nuevo bajo el sol.

Tampoco faltaron intentos de rehabilitar la muy desprestigiada figura del “Deseado”, como lo acreditan los trabajos de Federico Suárez Verdeguer y su escuela, a la que contrapusieron los trabajos de Miguel Artola que culminaron en La España de Fernando VII, voluminoso ensayo cercano a las mil páginas que constituye uno de los tomos de la Historia de España iniciada por Ramón Menéndez Pidal. Es más, en fechas muy recientes, el gran historiador conquense Emilio La Parra (que había dedicado un lucidísimo ensayo biográfico a Manuel Godoy) publicó un voluminoso estudio sobre el controvertido monarca español antaño deseado y trasmutado en felón y a quien, aunque depuraba su figura suprimiendo de la columna del debe algunas imputaciones no del todo acreditadas, no podía menos que concluir que la figura de Fernando VII mantenía en cuanto al juicio que su persona merecía un balance claramente deficitario.

Si toda persona (desde el mero carterista ocasional hasta el más repugnante genocida) tiene garantizado el derecho de defensa, no puede cuestionarse que Fernando VII tiene, desde el punto de vista histórico, ese mismo derecho, es decir, a que se expongan argumentos a favor y en contra y que sea el público quien, a modo de jurado, tome la postura que considere más avalada por las pruebas. Y no es en modo alguno imposible que en determinados casos la historia termine dando un giro, como lo acredita, por ejemplo, el giro no muy radical, pero sí significativo que ha tenido precisamente el gran rival de Fernando VII, Manuel Godoy. El estudio introductorio (ulteriormente publicado como ensayo independiente) que Carlos Seco Serrano antepuso a la edición de las Memorias críticas y apologéticas del Príncipe de la Paz que se publicó en la benemérita Biblioteca de Autores Españoles ya abrió una puerta a limpiar de algunas impurezas la maltrecha figura del duque de Alcudia, senda por la que ulteriormente transitó Emilio La Parra con su ensayo biográfico Manuel Godoy. La aventura del poder, que cuenta de forma nada casual con un prólogo de Carlos Seco Serrano.

Pero regresemos a Yo, el difamado. Conviene precisar que el subtítulo es equívoco, pues según el mismo se trata de la “autobiografía apócrifa” cuando, en realidad, es una “autobiografía” parcial, dado que se detiene de forma nada casual en mayo de 1814, es decir, justo cuando Fernando VII deroga la Constitución de 1812 y reinstaura el absolutismo. Por tanto, la defensa que se efectúa del monarca español no es de todo su reinado, sino de tres momentos puntuales: su posición como Príncipe de Asturias (fundamentalmente en los sucesos del Escorial en octubre de 1807 y en el motín de Aranjuez), las relaciones con Murat y Napoleón en el periodo comprendido entre marzo de 1808 y 1814 y su regreso a España y anulación del texto constitucional gaditano. Nada, pues, sobre la primera etapa absolutista, el trienio liberal y la denominada década ominosa.

Llama la atención cómo Luís del Pino focaliza el análisis de los asuntos de forma muy hábil: transcribe los textos obrantes en los archivos históricos españoles y franceses (aunque en la propia introducción reconoce que moderniza la grafía, altera los tratamientos, elimina la información no relevante y clarifica la redacción de alguna frase en estilo arcaico, aunque siempre respetando el sentido original), los sitúa en el contexto histórico y efectúa un movimiento que, pese a lo evidente, quizá por ello no siempre se tiene en cuenta: la demora en la recepción de cartas y documentos debido al estado de las comunicaciones de la época, de ahí que determinadas epístolas se redactaron sobre la base de información errónea o desconociendo, por ejemplo, la existencia de cartas ya elaboradas pero que aún no se habían recibido.

Es curioso cómo Luís del Pino modifica la imagen que se tiene de algunos personajes, y no sólo de Fernando VII. Así, por ejemplo, se alinea con Seco Serrano y Emilio La Parra al reivindicar la imagen de María Luísa de Parma (negando de forma rotunda que fuese amante de Manuel Godoy), pero el lector se sorprenderá y no poco con el tratamiento que recibe el rey Carlos IV, que lejos de ser el bonachón pelele manejado por su mujer y por Godoy, pasa a tener una personalidad mucho más compleja, hasta el punto de ser él realmente quien fue responsable de mantener al valido y en ocasiones incluso frente a la oposición de sus allegados. Sorprenderá también el análisis del proceso del Escorial que, de ser una conspiración del príncipe Fernando contra sus padres muta a un complot de Godoy (consciente de sus nulas posibilidades en caso de fallecimiento de Carlos IV) contra el heredero, en un intento por garantizar la impunidad de sus tejemanejes. No menos estupor provocará al lector el tratamiento del motín de Aranjuez, que no se presenta como un estallido revolucionario azuzado por el Príncipe, sino que éste tan sólo se aprovechó del descontento popular sin avivarlo, pero beneficiándose de su existencia; así, se argumenta de forma plausible (cuando menos, en el intento de provocar en el lector-jurado una duda razonable) que ni Fernando conspiró contra su padre, ni la abdicación de Carlos IV fue forzada (el verdadero motivo no fue otro que el pánico a los estallidos revolucionarios que el viejo monarca tenía desde nada menos que 1789 y el temor de acabar como Luís XVI, unido a su estado anímico que le hacía incapaz de gobernar sin el auxilio de quien fuera su mayor -casi diríamos único apoyo desde 1792-) ni la ulterior denuncia de su abdicación fue sincera ni formulada motu proprio.

En el escrito se avanza la muy negativa opinión de las Cortes de Cádiz y su resultado, el texto constitucional de 1812, que se define como imposición de unas élites minoritarias sobre el grueso de la población española que poca o ninguna simpatía tenían hacia La Pepa. Esto último es total y absolutamente cierto. Ya el recientemente fallecido Alejandro Nieto, en su ensayo Los primeros pasos del estado constitucional (monumental trabajo que en un par de años cumplirá sus tres décadas de existencia) se manifestó en términos muy duros contra el texto constitucional de 1812, que ni podía considerarse emanado de unas cortes representativas, ni era un texto que por su contenido estuviese ajustado a la realidad social española, ni mucho menos estaba inspirado en principios por los que estuviesen luchando los españoles; de hecho, la constitución de Cádiz, aunque pretendiese ocultarlo con soflamas históricas y el intento de fundamentar su contenido en la legislación histórica española, se inspiraba en los principios revolucionarios franceses, contra esos mismos franceses que los españoles combatían en campo abierto. Baste para acreditar dicha afirmación tan sólo contrastar el recibimiento que tuvieron las tropas francesas en 1808-1814 cuando intentaban sostener en el trono a José I (cuya legitimidad se pretendía asentar en un texto constitucional, el de Bayona, mucho más ajustado a la realidad social española de la época que el gaditano) y la que tuvieron en 1823 cuando penetraron en territorio español para restaurar a Fernando VII en plenitud de su soberanía.

En definitiva, y con independencia de las conclusiones que cada uno saque tras la lectura de esta obra, no puede en modo alguno cuestionarse el esfuerzo que el autor ha llevado a cabo para sumergirse en el convulso ambiente de comienzos del siglo XIX español y el enorme trabajo de documentación y análisis llevado a cabo. Tras ello, como el propio libro indica en sus páginas iniciales, será el lector quien deberá emitir su juicio y verificar si, tras seiscientas páginas de alegato de defensa, considera, cuando menos, que la actuación del príncipe y ulteriormente monarca Fernando VII merece, durante su actuación en el periodo comprendido entre 1807 y 1814, cuando menos una duda razonable.

1 comentario en “YO, EL DIFAMADO. ¿CABE UNA «DUDA RAZONABLE» RESPECTO AL COMPORTAMIENTO DE FERNANDO VII DURANTE EL PERIODO COMPRENDIDO ENTRE 1807 Y 1814?

Deja un comentario