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FRANCISCO SOSA WAGNER NOS ABRE LA PUERTA AL AMBIENTE DE LA BOHEMIA GERMANOPARLANTE

Bohemios. La palabra evoca en el oyente un momento y un lugar muy concreto. El momento, mediados del siglo XIX. La ciudad, París. Con nuestra imaginación sobrevolamos los tejados de un París cubierto por la nieve. En uno de los edificios, oteando por un tragaluz, contemplamos una pequeña buhardilla. El lugar está desnudo de muebles, con tan sólo un pequeño jergón a modo de lecho, una mesa que vio mejores momentos y un par de sillas. Hay un hombre en ese lugar. Ese hombre es un artista (¿un músico, un poeta?) que traslada al papel lo que sin duda cree será su obra cumbre. La indumentaria y el físico del personaje evidencian que los pocos ingresos que debe poseer los dedica a obtener suministro de materiales donde plasmar sus creaciones, sacrificando el estómago en beneficio de la creación. De fondo puede escucharse la voz de un tenor (no hay duda, es el inolvidable Franco Corelli) interpretando Che gelida manina. Esta es, sin duda, la imagen romántica, anclada en las Escenas de la vida bohemia de Henri Murger, obra que a su vez inspiró la célebre ópera de Puccini: artistas que malviven con escasos recursos y los pocos medios que logran obtener los dedican a obtener papel, pluma y tinta y a frecuentar los cafés donde ocasionalmente hacen acto de presencia figuras de primerísima fila en el arte y la literatura.

No sólo París tuvo ese ambiente bohemio, pues en Madrid también se dio esa clase de vida. No debe acudirse a la visión esperpéntica que Valle-Inclán ofreció en su celebérrima Luces de Bohemia, sino a la más realista (entre nostálgica y cruda) que dieron asiduos de ese ambiente, como Pío Baroja o Azorín. Una época y un momento en que durante largos periodos de tiempo apenas tenían qué llevarse a la boca. También en este caso quienes frecuentaban ambientes bohemios residían en viviendas muy humildes tan perfectamente descritas por Mesonero Romanos o Pérez Galdós (más generoso el primero, más realista el segundo). También hay música de fondo, mas no de Puccini. Nuestros oídos perciben la voz de otro tenor (a quien identificamos al instante: Carlo del Monte) afrontar la parte final de la zarzuela del maestro Amadeo Vives, aquélla donde el personaje de Rodolfo muestra su optimismo tras la refacción: “¡Qué alegre es el cielo!¡Qué hermoso es el mundo! ¡Qué bella es la vida, después de cenar! […] La vida es un encanto si siempre fuera así.

No es tan conocida la bohemia austrogermana, pese a estar geográficamente ubicada justo en el territorio que lleva su nombre. Pues bien, en su recentísimo libro, significativamente titulado Bohemios que hablaban alemán (Funambulista, 2023), Francisco Sosa Wagner abre el telón para mostrarnos escenas de esa vida bohemia austro-alemana. Profundo conocedor de la cultura germana (que engloba la austríaca), nadie más apropiado que Sosa Wagner para acometer la tarea de transmitir al lector no familiarizado con esa cultura a las escenas del mundo bohemio germanoparlante. Y es que, a sus profundos conocimientos de esa órbita cultural, Francisco Sosa Wagner añade siempre un estilo literario impecable y un profundo sentido del humor que salpimenta toda su obra; sentido del humor que se manifiesta ya en la simpática imagen que ilustra el interior de la cubierta: la fotografía (tomada por Mercedes Fuertes) donde un sonriente Sosa Wagner aparece retratado junto a la estatua de Peter Altenberg sita en el café central de Viena.

Para acercarnos a la bohemia germana, Sosa Wagner se vale de un recurso que ya ha utilizado otras veces (me viene de forma inmediata a la memoria su imprescindible semblanza biográfica de Posada Herrera), y es el de los recuerdos de un personaje de la época que lo narre en primera persona.

Bohemios que hablaban alemán es, en realidad, un largo flashback  en dos actos y un epílogo narrado a través de los recuerdos de un personaje cuya presentación en cierto modo nos evoca aquélla escena de esa obra maestra del séptimo arte The Sound of Music donde el capitán Von Trapp afea al gaulaiter Herr Zeller el tener conocimiento de un telegrama antes que el destinatario: “Eso no sucede en Austria. Bueno, al menos en la Austria que yo conozco.”

Viena, marzo de 1938. Desde el salón de su residencia, ubicada a escasos metros de la plaza de los Héroes, Volker Schulze, un austríaco que se mueve entre la madurez y la senectud, escucha las soflamas de Adolf Hitler proclamando el Anchluss. Esa cruda realidad, la absorción de Austria ya diluida en la Gran Alemania, evoca en Schulze su juventud y los contactos con la bohemia en Munich a principios de siglo. A partir de ahí, la pluma de Sosa nos va a llevar de la mano por todo un mundo ya desaparecido, ese Mundo de ayer evocado en tonos nostálgicos por el gran Stefan Zweig en una visión que el propio Schulze comparte, pues en la página 198 del libro podemos encontrar esta afirmación: “La Viena que yo conocí antes de marcharme a Munich era una Viena tranquila, con una sociedad envarada si se quiere, muy jerárquica e hipócrita -como, al cabo, son todas las sociedades-, pero viva intelectualmente y muy mimada por el emperador”.

Primer Acto. Lugar: Munich; periodo: primera década del siglo XX.

Nos encontramos en plena monarquía Guillermina, en aparente calma, pese a que curiosamente se otean ya los negros nubarrones del conflicto bélico que, aun cuando se llevaba gestando casi medio siglo, estallará poco después. Volker Schulze es un joven que acaba de obtener brillantemente el título de herr Doktor pero que no desea para nada gestionar los asuntos jurídicos del negocio familiar. Una sustanciosa herencia de su tío materno Tobías (que se había enriquecido con el comercio de pinturas) le permitió evitar tener que dedicarse al ejercicio de una profesión y tomarse la vida con más tranquilidad y emular a los personajes del clásico de Frank Capra You cant take it with you: hacer lo que le gusta sin preocuparse nada del vil metal. Y nada deseaba más Schulze que una temporada sabática para frecuentar los ambientes bohemios de Alemania. Ni corto ni perezoso, decide viajar a Munich, en concreto al barrio de Schwabing, “antes un concepto cultural que un trozo de ciudad” y donde “se hacía la revolución, no como más tarde se haría, sino como un juego, como burla destructora, reivindicativa, maldicente y blasfematoria, como banalidad o sorpresa intelectual.” A través de las vivencias del protagonista, Francisco Sosa nos acompaña por calles, plazas, cafés, nos describe pormenorizadamente paisaje y paisanaje, sin ocultar los escarceos amatorios del protagonista. Destaco de este primer acto que Francisco Sosa se aventure, por boca del ficticio periodista belga Moreau (¿fue consciente o inconsciente que haya elegido el mismo apellido que el personaje principal de Scaramouche, que también se mueve por el submundo parisino en vísperas de una revolución que cambiará el mundo?) nada menos que a ofrecer una definición de la bohemia, aunque el autor manifieste tirando de ironía ser una definición “bohemia” por poco precisa:

El bohemio es quien no se deja atar por convenciones ni tampoco se somete a las normas morales o a la idea del orden público dominantes. Abomina del juste milieu, lo que le lleva hacia los extremos. Se contrapone al burgués, que es el amante del trabajo ordenado, de la familia, del ahorro. Aunque, como por algún sitio he leído, el bohemio es un invento burgués: bohemio y burgués se complementan en el fondo como el perro y las pulgas. El bohemio vive según su gusto y hace solo aquello para lo que le llama su vocación. Yo diría que el impulso hacia la libertad para romper vínculos sociales y la búsqueda de formas de vida distintas, enfrentándose a las ataduras vigentes, también en el amor o en las relaciones de pareja, son las características esenciales del bohemio […] No son necesariamente [pobres]. Muchos viven incluso del patrimonio familiar, aunque la ortodoxia bohemia reclama poco apego al dinero, de suerte que cuando lo tienen, por ejemplo, por recibir una herencia, lo correcto es derrocharlo insensatamente. Amasarlo es una traición.”

Definición que, por cierto, se ajusta como un guante a la vida de Karl Marx, quien al igual que Schulze, fue un herr Doktor que nunca ejerció como tal aunque, a diferencia de éste, llevó una vida de apuros por su incapacidad para obtener un trabajo estable y andaba siempre esperando como agua de mayo que su esposa, la aristócrata Jenny von Westphalen, recibiese la herencia de un familiar. Cuenta Francis Wheen en su biografía de Marx que éste llegó a referirse como “frustraherencias” a un longevo familiar de su esposa que le privaba de un sustancioso caudal al negarse a pasar a mejor vida.

Por estas páginas desfilan artistas de la más diversa índole: literatos, arquitectos, pintores, juristas; en definitiva, representantes de todas las ramas del arte, que Sosa Wagner, valiéndose de Schulze, nos retrata con su maestría habitual. E incluso, a título de curiosidad, hace una fugaz aparición por referencia el creador de unas sopas que, quienes ya frisamos el medio siglo, permanecen en nuestra memoria por el lema publicitario de los anuncios de dicha marca cuyo nombre comercial debe al apellido de su creador: “Maggi te quiere ayudar.”

Segundo acto. Lugar: Viena; periodo: guerra y entreguerras.

Si el primer acto el protagonista lo vivió en una aparente paz, este segundo lo sobrelleva personalmente en un estado de felicidad (al fin y al cabo, acaba de contraer matrimonio) turbado por los acontecimientos que llevarían al estallido de la Gran Guerra y a liquidación definitiva del venerable imperio de los Habsburgo. Periodo en que el protagonista retoma la actividad jurídica de la mano nada menos que de Hans Kelsen para intentar salvar in extremis la monarquía austríaca.

Hay varias frases que considero harto improbable no hayan sido insertadas en la obra sino teniendo muy presente la realidad española del momento en el que fueron escritas. Cito sólo tres ejemplos. El primero, referido al papel determinante del nacionalismo en el estallido del conflicto bélico: “La Gran Catástrofe, desatada por el magnicidio en julio, tuvo su verdadera causa en el nacionalismo. Sin este fenómeno, letal para los pueblos que quieren vivir en paz, no se puede comprender la carnicería que se desató. Fue el nacionalismo, los nacionalismos los que empujaron a la guerra a unos gobernantes que los habían estado alimentando de forma irresponsable.” (página 149). El segundo, el nefasto papel de los medios de comunicación a la hora de transmitir los hechos a la población: “Para los lectores de los periódicos odiados por Kraus, la guerra discurría, no como acontecía en los campos de batalla, sino como querían sus redactores, inspirados por los propietarios de esas odiosas empresas.” (página 158). El tercero, sobre los agónicos años finales del imperio danubiano: “En las elecciones de 1911 lo llenaron diputados (por encima de quinientos) alemanes, checos, polacos, rutenos, italianos, eslovenos, croatas y rumanos divididos a su vez en radicales, nacionalistas, liberales, socialdemócratas, agrarios….Ninguno de ellos se ocupaba de pensar en el bien del Imperio considerado la casa común, sino que, por el contrario, únicamente centraban sus esfuerzos en conservar sus privilegios u obtener otros nuevos. Así no había manera de avanzar un paso” (página 169). Juzgue por sí mismo el lector si esas afirmaciones, abstraídas del contexto austrohúngaro no serían plenamente aplicables al mundo actual. Ideas que, por cierto, Sosa Wagner ya había desarrollado plenamente hace más de una década en su imprescindible ensayo El estado fragmentado, escrito a la par con su hijo Igor Sosa.

La Gran Guerra finalizó, el imperio de los Habsburgo implosionó y Schulze se encuentra en una Viena que pasa a ser la capital de un reducidísimo territorio interior que transformó su forma de estado en república. El autor pasa la vista a la diferente evolución de la postguerra en Alemania (a través de las cartas de uno de sus conocidos en Schwabing) y en Viena, resueltas de forma mucho más racional en este segundo país. Si una palabra puede resumir este segundo capítulo, esa es “contraste”. Contraste, entre la situación política y social de la anteguerra y de la postguerra, así como entre la evolución política de Alemania y Austria. No deja de ser curioso que el protagonista sea el administrador de la biblioteca del Tribunal Constitucional austríaco. Cabe preguntarse si el agudo jurista que fue Hans Kelsen no habría arrojado al cubo de las inmundicias sus escritos e ideas sobre el Tribunal Constitucional si hubiese tenido la oportunidad de otear el futuro y comprobar el desprestigio progresivo del homónimo español durante todo el siglo XXI, y que alcanza cotas inimaginables en su tercera década.

Si el primer acto lo presidía la despreocupada calma, este segundo lo preside la incertidumbre ante un futuro caracterizado por el declive de las democracias parlamentarias y el auge de los totalitarismos de uno y otro siglo. Tensión que se percibe, a veces de forma implícita y otras de forma más directa en los recuerdos de Schulze. Una tensión que irá creciendo hasta llegar a donde todos sabemos. Y durante esa etapa de incertidumbres, de dudas, de tensiones, aparecen reflexiones sobre literatura, derecho, arquitectura e incluso hay alguna referencia cinematográfica como la alusión a la película El gabinete del doctor Caligari, donde se puede contemplar a un jovencísimo Conrad Veidt (el inolvidable mayor Strasser en Casablanca) en uno de tantos roles tétricos y siniestros que interpretó durante la etapa del cine mudo.

Epílogo que no es.

En unas breves páginas finales, se da a conocer al lector el destino de muchos de los personajes que han hecho acto de aparición en el amplio fresco dramático. Final triste en unos casos, no tanto en otros. No deja de ser curioso que haya cierta melancolía en estas últimas páginas que, además, concluyen de forma abrupta con una noticia que supone un auténtico cliffhanger, quizá porque ello permitirá al lector volver a reencontrarse en el futuro con Volker Schulze. Ojalá.

Para el jurista práctico inmerso diariamente en el manejo de sentencias, autos, decretos, diligencias de ordenación insertos en procesos declarativos, recursos, ejecuciones, monitorios, cambiarios donde uno se ve obligado a manejar directivas, leyes y reglamentos estatales y autonómicos, ordenanzas y bandos, estas páginas suponen un refugio temporal que le permite abstraerse de la realidad cotidiana y volver a un tiempo y a unos lugares que, aun cuando cronológicamente no muy distantes, desde el punto de vista social y tecnológico están a años luz de distancia aunque, lamentablemente, como se ha podido comprobar, muchos de los problemas de hace un siglo permanecen en la actualidad. Da la impresión que nos encontramos ante una especie de eterno retorno, sensación que se aviva, además, si uno acomete la lectura de esta obra justo después 1923. El golpe de estado que cambió la historia de España, el magnífico estudio debido a Roberto Villa García.

En resumen, una magnífica novela donde Francisco Sosa Wagner vuelve a acreditar que, además de un gran jurista, es un magnífico escritor y un excelente contador de historias. Esperemos que en breve regrese al mercado editorial con otra.

IN MEMORIAM: FRANCISCO IBÁÑEZ TALAVERA (1936-2023)

Hoy sábado día 15 de julio de 2023 es un día de luto para la viñeta española. Ha fallecido, a los 87 años, Francisco Ibáñez Talavera, el último superviviente de la época dorada de las revistas de humor gráfico español y mundialmente conocido por ser el creador de Mortadelo y Filemón, esa gran pareja de desastrosos investigadores que forman parte de la no menos desastrosa organización Técnicos de Investigación Aeroterráquea (T.I.A.). No es sólo la historieta española quien hoy siente su orfandad, sino los millones a quienes maestro logró obsequiar una y otra vez con deliciosas páginas que provocaban inevitablemente una sonrisa y, en muchas ocasiones, literalmente una carcajada.

Desde 1952, fecha en la que se inició en el mundo de la historieta a nivel profesional, son varias las generaciones de españoles que han crecido acompañados por las creaciones de Ibáñez. Justo a la vez que España salía de los duros años de la postguerra, aquél joven nacido en Barcelona y que al comenzar la década de los cincuenta era un humilde empleado de una entidad financiera, dio comienzo a su vida como habitual de las páginas de las publicaciones infantiles, aunque éstas en realidad fueran leídas por un público no siempre tan infantil. Quienes tengan la fortuna de peinar canas y hayan vivido su niñez en aquélla década, o aun siendo jóvenes tengan la posibilidad de acceder a las primeras viñetas de Ibáñez, será capaz de percibirse de la evolución del estilo del maestro. Como fan absoluto e incondicional de Ibáñez que soy, tengo en mi poder la colección Ibáñez integral (que, dicho sea de paso, pese al título no es tan “integral”, pero sí casi omnicomprensiva de la obra del genial dibujante barcelonés), que tiene la enorme ventaja de publicar las páginas del autor por orden cronológico y no material. Sus primeros trabajos ya contenían ese toque material tan propio del maestro (recuerdo que en una serie de seis viñetas donde se glosaba el esfuerzo de dos escultores para tallar dos enormes bloques de piedra que reducían a la mínima expresión para construirse dos dados e iniciar un juego de mesa), pero su trazo aún no había adquirido la firmeza que logró asentar ya a finales de los sesenta y, sobre todo, sus viñetas estaban aún ayunas de esos pequeños “gags” que desde la década de los setenta acompañaron sus dibujos; gags como un gusanito que va comiendo la viñeta, la escultura de un hipopótamo con tutú en pose de ballet, una cara que se asoma desde la esquina de la página saludando con la mano al lector. Aunque muchas de las series que inició en los cincuenta casi no se recuerdan (La historia esa contada por Hollywood, La familia Trapisonda) sí que permanecen en el recuerdo, además de la pareja de detectives, personajes como Rompetechos, El botones Sacarino (que experimentó una súbita transformación en el año 68 tanto desde el punto de vista físico como por pasar de ser de sujeto pasivo de los golpes a ser el causante de las desgracias del “Dire”), Pepe Gotera y Otilio, 13 Rue del Percebe y Rompetechos (que, pese a no ser precisamente uno de mis personajes favoritos, era sin embargo el preferido del autor).

Los propios Mortadelo y Filemón experimentaron igualmente un cambio notable con los años, tanto desde el punto de vista físico como laboral. Inicialmente, Filemón ya lucía su omnipresente pajarita, pero también llevaba sombrero, chaqueta de fieltro y fumaba una humeante pipa bajo un inmenso apéndice nasal similar al de su subordinado Mortadelo, que si bien ya lucía su inconfundible levita negra, también llevaba un largo sombrero (donde escondía sus disfraces) y paraguas. Filemón era un trabajador autónomo y Mortadelo era su subordinado, y ambos integraban la “agencia de información” que acompañaba a sus nombres.

En 1969 ambos pasaron a formar parte de la T.I.A., donde también podía encontrarse al superintendente Vicente (el “súper”), el profesor Bacterio (cuyo nombre de pila es Saturnino), una Ofelia tan entrada en arrobas que las básculas huían de ella (de ahí que su apellido fuese Michelínez) y algunos otros episódicos que de vez en cuando hacían una aparición fugaz, como el Director General o la señorita Irma, cuya esbeltez y galanura servían de hilarante contraste con la masa y la zafiedad de Ofelia.

Y qué decir de los gags, las ocurrencias, los giros lingüísticos y los grandes logros del maestro. En el ámbito del callejero y de la hostelería, tales como la rue denominada “Se” (Calle Se) o el bar Budo; en el santoral (San Guijuelo); o en la nobleza (el Director General de la T.I.A. en cierto momento fue nombrado “Gran Duque de Piedrafrita” con derecho a utilizar corona ducal; pero también dentro de ese libro nobiliario del mundo de Ibáñez contaba con personajes tales como el Archiduque Archisuárez o el Duque de la Pommedeterre). Pero si algo caracterizaba a Ibáñez era el uso de toponímicos, de denominaciones o de vocablos para darles un hilarante giro. Destaco de entre los millones de gags y ocurrencias tan sólo. Primero, el Mar Rojo debe su nomenclatura a que Pepe Gotera y Otilio lo inscribieron en el Partido Comunista. Segunda, un golpe de mar es el que propina al navegante un puño de agua marina. Tampoco hubo trabajo, profesión o colectivo que no fuera objeto de examen por la mirada de Ibáñez. Políticos, periodistas, jueces, abogados, economistas, científicos, obispos; ninguno escapó a la ácida crítica del dibujante, ofreciendo páginas auténticamente gloriosas, alguna de las cuales, por cierto, hoy en día la «corrección política» seguramente impediría publicar algunas de sus viñetas. Como, por ejemplo, una que obra en el album «Terroristas«, donde el encarcelamiento de un terrorista islámico (llamado Mat-ahr-Ratas) que intentaba poner una bomba ante la embajada de «Estados Juntitos», provocaba un cónclave de correligionarios que prometían una oleada de atentados hasta que su hermano del desierto no fuese liberado, poniendo como lema de su actuación: «A todo infiel que tosa, un bombazo y a otra cosa«.

Curiosamente, a lo largo de sus siete décadas como dibujante profesional, Ibáñez tan sólo fue objeto de tres episodios que sería excesivo llamar “censura”, pero que implicaron una modificación en el plan original del maestro, y de esas tres tan sólo dos emanaron de las instituciones oficiales y una fue interna de la propia editorial. De las oficiales, la primera afectó a la serie de los Trapisonda, una desastrosa familia integrada por un matrimonio, su hijo y el perro que mereció un reproche del censor en cuanto atacaba los dogmas y principios de la familia tradicional, de ahí que hubiese de modificar levemente los vínculos de parentesco y los protagonistas de ser marido y mujer pasaron a ser hermanos (en un episodio similar a lo que ocurrió con el doblaje de la película Mogambo, aunque en este último caso por motivos distintos). El segundo, afectó a la serie de 13 Rue del Percebe (cuyo “moroso” habitante del ático era en realidad el dibujante Vázquez, colega de Ibáñez en la editorial) uno de los inquilinos era una especie de doctor Frankenstein que creaba monstruos, lo que disgustó a la censura eclesiástica para la cual tan sólo Dios podía crear vida, de ahí que el citado inventor abandonase el bloque para dejar su lugar a un desastroso sastre. El último episodio de censura tuvo lugar a espaldas de Ibáñez y afectó a la serie del Botones Sacarino, y ello porque el genial barcelonés tuvo la ocurrencia de dar al personaje del “Dire” (sujeto pasivo de los desaguisados que provocaba el botones y blanco de las iras -y agresiones físicas- del “presi”) los rasgos de Rafael González, el Director Editorial de Bruguera, de ahí que a partir de la cuarta serie, sin decir nada a Ibáñez, se retocasen las viñetas para eliminar ese parecido ,algo de lo que Ibáñez terminó percatándose y reaccionó mutando la faz del personaje a la que desde entonces ostentó.

Son tantas viñetas, tantos gags, tantas páginas que es imposible condensarlas y de hecho esta página de recuerdo al gran maestro, escrita de un tiró nada más conocer la noticia, es quizá más extensa y menos internamente organizada de lo que debiera haber sido.

No quisiera finalizar este recuerdo sin reconocer la enorme repulsa que me provocó en 2021 la injusticia perpetrada con Ibáñez por el jurado del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, que, inclinando miserablemente la cerviz en aras a la corrección política, le privó de un más que merecido galardón para otorgárselo a una periodista estadounidense considerada un icono del feminismo.

Cuando en el año 2010 se estrenó en los cines la película El gran Vázquez, dirigida por Óscar Aibar y protagonizada por Santiago Segura, uno de los personajes secundarios del film era precisamente Ibáñez (interpretado por Manuel Solo), quien, al parecer, la única objeción que puso al film es que, en el momento de entrar en Bruguera, el dibujante catalán aunque pudiera parecer lo contrario aún tenía pelo. Y al ser preguntado si podría hacerse una película sobre su vida, el maestro tiró de ironía al decir que si bien los episodios en la vida de Vázquez daba para más de una película, en su caso no era así, pues una persona que se pasaba veintitrés horas sentado en una mesa de trabajo dibujando no tenía el menor interés.

Ahora el genial Ibáñez habrá encontrado ya el más que merecido reposo tras haberse deslomado trabajando para hacer reír a millones y millones de españoles.

Descansa en paz, maestro. Y gracias por tantos y tantos años de hacernos disfrutar con tu humor.

ADIÓS A ANTÓN GARCÍA ABRIL, EL «PADRE» DE «MADRE ASTURIAS»

El pasado día 27 de marzo de 2021 fallecía, a consecuencia del COVID-19, el compositor aragonés Antón García Abril. Es fundamentalmente recordado por sus brillantísimas sintonías que acompañaban a las cabeceras de programas de televisión o a bandas sonoras de teleseries. Si algo caracterizaba sus melodías, amén de tener la facultad de quedarse grabadas de forma indeleble en la memoria, era el enorme poder de evocación capaz de aunar imágenes y tonos. ¿Acaso la sintonía de Curro Jiménez no evoca la imagen de cuatro bandoleros cabalgando por los riscos de Sierra Morena? ¿Quién no asocia la cabecera de Anillos de oro con esa imagen de cientos de alianzas matrimoniales cayendo desde las alturas hacia un fondo indeterminado? Quienes como el redactor de estas líneas vivieron su infancia y adolescencia en la Asturias de los ochenta ¿Acaso el tema de Segunda Enseñanza no le traslada con la imaginación al claustro del edificio histórico de la Universidad de Oviedo y a lugares hoy desaparecidos como la mítica librería Ojanguren (que en la serie era regentada nada menos que por un señorial Javier Escrivá)?  ¿Hay acaso quien no evoque los patios de la Alhambra y aromas nazaríes al escuchar el tema principal de Réquiem por Granada? Que el lector juzgue por sí mismo en este último caso, pues la música no venía acompañada por otra imagen que los nombres de los protagonistas y responsables de la serie, más los sones ya eran suficientes para abrir la imaginación tan sólo escuchando la sintonía inicial:

No obstante, me interesa destacar una melodía en especial de la que es responsable el maestro García Abril, y que le vinculará de forma indisoluble con estas tierras asturianas. El fallecido compositor fue el autor de varios temas de clara inspiración tradicional asturiana, entre los cuales destaca sobremanera uno para mí inolvidable. El turolense fue nada menos que el “padre” musical de Madre Asturias, al ser el responsable de musicalizar unos versos de José León Delestal para mayor gloria del tenor asturiano Joaquín Pixán. Como si fuera hoy recuerdo a mi padre llegando a casa con uno de los míticos vinilos, que aún conservo como auténtico tesoro, cuya portada compartían el intérprete (Joaquín Pixán) el autor (Antón García Abril) y el director (Jesús López Cobos). El álbum, repleto de temas asturianos, se iniciaba precisamente con ese tema donde un personaje (de quien ninguna información se transmite más que es un asturiano que se encuentra alejado de su lugar de origen) entona un emotivo canto a su tierra natal. Merece la pena escuchar esta delicadísima pieza:

Descanse en paz, maestro.

LECTURAS SEMI-JURÍDICAS PARA UN CONFINAMIENTO

El confinamiento domiciliario impuesto por el Gobierno el pasado día 14 de marzo, que en principio se prolongará, cuando menos, hasta el 26 de abril, unido a la paralización forzosa de la Administración de Justicia, limitada a los servicios esenciales, ofrece al jurista la oportunidad de distraer momentáneamente su atención del derecho positivo para orientarla a la lectura de obras que, sin estar totalmente desvinculadas del mundo jurídico, salpimentar éste condimentándolo con especias procedentes de otros territorios como la filosofía o la historia e, incluso, por qué no, la novela.

De ahí que me permita humildemente ofrecer a los visitantes del blog las lecturas de las que, en previsión de una extensión moderada del confinamiento, me he previsto con anterioridad a la reclusión en el domicilio. Las lecturas en concreto son las siguientes:

1.- Revolución francesa y Administración contemporánea, del maestro Eduardo García de Enterría (reimpresión de la cuarta edición, Civitas, Madrid, 2004). En realidad, se trata de una recopilación de tres estudios en los que expone con la lucidez y rigor habitual del maestro de administrativistas el nacimiento del moderno Derecho administrativo y el régimen municipal.

2.- Los primeros pasos del estado constitucional. Historia administrativa de la Regencia de María Cristina, de Alejandro Nieto (segunda edición, Ariel, 2006). Magna obra donde el autor bucea en las fuentes no sólo normativas, sino que utiliza con abundancia los diarios de sesiones de las Cámaras así como la prensa periódica para ofrecer todo un fresco jurídico-histórico que abarca los distintos aspectos de lo que hoy en día se considera la parte general del derecho administrativo: sistema de fuentes, Administración central, Administración periférica, empleo público y control del poder ejecutivo. Se trata, por tanto, de una visión “administrativa” de una época crucial, cual es la definitiva puesta en marcha del sistema constitucional (tras los fracasos anteriores, sobre todo del trienio) con una guerra civil de fondo. El autor no cae en la tentación de cesar su análisis con el mero texto de la norma positiva, sino que la inserta en el contexto histórico, lo que permite al lector comprobar que, en numerosas ocasiones, la eficacia de las normas no iba más allá del alcance de las armas que la sustentaban, dado el conflicto bélico que se prolongó durante todo el periodo abarcado (1833-1840).

3.- Cincuenta años de procedimiento administrativo en un mundo cambiante, de Francisco González Navarro (Iustel, Madrid, 2008). Publicada con motivo del cincuentenario de la benemérita Ley de Procedimiento Administrativo de 1958, el catedrático y magistrado González Navarro aprovecha para efectuar un recorrido por toda la historia normativa del procedimiento administrativo desde los orígenes del constitucionalismo en Cádiz hasta el momento en el que escribe la obra. Como el propio autor reconoce en el prólogo, intenta aunar derecho, historia y filosofía para articular un sistema conceptual propio.

4.- Oliver Wendell Holmes: A life in War, Law and Ideas, de Stephen Budiansky (Norton Company, Nueva York, 2019). Se trata de una recentísima biografía de uno de los jueces más célebres de los Estados Unidos. Este libro permite aseverar cómo en muchas ocasiones es más decisiva para la formación de un jurista la experiencia que los conocimientos. Holmes, nacido en el seno de una familia de clase alta en el Boston de mediados del siglo XIX (su progenitor fue el médico y escritor Oliver Wendell Holmes sr., con quien, por cierto, mantuvo una peculiar relación de amor-odio), al igual que ocurriera casi un siglo antes con John Marshall, se vio mucho más influido por el conflicto bélico en el que participó (la guerra de secesión, donde fue herido de gravedad hasta en tres ocasiones) que por su formación académica. Dos notas fundamentales le caracterizaban: su defensa a ultranza del self-restrain, que le llevó no a una deferencia, sino a una auténtica sumisión al legislativo y un sentido del humor que a veces no estaba exento de cierto cinismo. Me quedo con una frase antológica, la explicación ofrecida a sus secretarios cuando éstos le preguntaban cómo elaboraba sus resoluciones judiciales: “es como orinar: aplicas una presión, una ligera presión, y sale” (página 10). Me pregunto si en el caso que Holmes consultase algunas resoluciones de cierto “tribunal” español (que paradójicamente no está inserto en el poder judicial) no alteraría ligeramente la metáfora sustituyendo las referencias a la micción por el ejercicio de la función excretora.

Si el jurista desea no perder el contacto con el mundo del derecho, pero en esta ocasión dotándolo de unos perfiles más novelescos, les recomiendo también otras dos lecturas:

1.- La serie de novelas escritas por el jurista Erle Stanley Gardner protagonizadas por el abogado criminalista Perry Mason, personaje sin duda alguna conocido por la serie homónima de finales de los cincuenta y principios de los sesenta donde el personaje principal estaba interpretado por el actor Raymond Burr, cuyo rostro estará por siempre ligado a Mason como la recientemente desaparecida Barbara Hale siempre estará en nuestra memoria como la eficaz y cómplice secretaria Della Street. Pese a que muchas personas en los Estados Unidos reconocieron haber optado por la carrera de Derecho tras ver las diversas temporadas de la serie Perry Mason, lo cierto es que esa serie de obras son más novelas de misterio tipo Agatha Christie o Arthur Conan Doyle que otra cosa, si bien sustituyendo al detective por un abogado. El vector jurídico no es, por tanto, más que una simple coartada, y los estrados en lugar donde ese misterio es resuelto, y donde normalmente Mason se trasmuta en Hércules Poirot o Sherlock Holmes para arrojar luz a la trama. Una curiosa mezcla de misterio, novela negra y drama judicial. Aunque hay una edición en la benemérita editorial Molino, yo manejo las publicadas a mediados de los ochenta en la impagable colección Grandes Maestros del Crimen y Misterio, que salió al mercado en los años ochenta del siglo XX y en la que, además de Gardner, se publicaron obras de autores como Raymond Chandler, Maurice Leblanc, Patricia Highsmith, Ross McDonald, Georges Simenon, Edgar Wallace, Rex Stout y, por supuesto, Agatha Christie y Arthur Conan Doyle.

2.- Matar un ruiseñor, de Harper Lee, obra con la cual sin duda alguna los lectores estarán familiarizados con la adaptación cinematográfica, que le valió a mi admiradísimo Gregory Peck el Óscar al mejor actor. En este caso el drama judicial que acontece (un juicio, en un estado del profundo sur, contra un ciudadano de color a quien se imputa una violación) permite a la autora describir la vida cotidiana en un pueblecito del sur de los Estados Unidos durante la gran depresión, con la particularidad que esa visión tiene lugar a través de la óptica de una niña, Scout, la hija de Atticus Finch, el abogado protagonista del relato.

Para finalizar con una sonrisa, una deliciosa pieza que sirve para acreditar el gran sentido del humor que tenía Raymond Burr. Pese a que las exigencias del guión le exigían mantener casi en todo momento un rostro serio y acorde con la gravedad de las circunstancias, lo que se veía recompensado por su invariable éxito al final de todo caso, cuando Perry Mason hubo de defender al humorista Jack Benny, a quien se imputaba el gravísimo delito de asesinar a un gallo, no tuvo precisamente su día……

LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO RECUERDA A JOAQUÍN VARELA SUANZES.

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A las doce del mediodía de hoy veinte de abril de dos mil dieciocho, en el Paraninfo del antiguo edificio de la Facultad de Derecho de Oviedo, tuvo lugar un acto de homenaje al triste y prematuramente desaparecido Joaquín Varela Suanzes-Carpegna, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo y auténtico titán de la historia constitucional española y comparada. A dicho evento asistió prácticamente todo el área de Derecho Constitucional (además de quienes disertaron, pudo verse entre el público a Miguel Presno Linera, Leonardo Álvarez, Ignacio Villaverde, María Valvidades, Patricia Majado y Benito Aláez), algunos miembros destacados de áreas vinculadas al Departamento de Derecho Público (como Leopoldo Tolivar y Alejandro Huergo Lora), docentes de materias extramuros del derecho público (caso de Javier Avilés) así como familiares y amigos de Joaquín, entre ellos algunos de sus hermanos (a quien, por cierto, la persona que se encontraba sentada a mi diestra reconoció sin dificultad por el extraordinario parecido físico).

Abrió el acto Isabel García Ovies, directora del Departamento de Derecho Público de la Universidad de Oviedo, con una breve intervención introductoria sobre la figura de Joaquín y su vinculación con la Universidad de Oviedo. Tras ello tomaron la palabra, por este orden, Francisco Bastida Freijedo, Ramón Punset Blanco, Clara Álvarez Alonso e Ignacio Fernández Sarasola; el primero de ellos, por cierto, en una intervención no prevista, pues hubo de sustituir al inicialmente previsto José Antonio González Casanova, quien no pudo acudir debido a una súbita enfermedad pero que tuvo la delicadeza de remitir las líneas que tenía redactadas y con las que pretendía glosar el impacto que supuso la trayectoria académica y profesional de Joaquín Varela en el mundo del Derecho Constitucional, y más específicamente, en la Historia Constitucional.

Las cuatro intervenciones fueron ciertamente complementarias. La de Francisco Bastida (con cuya voz cobraron forma las palabras de González Casanova) y Ramón Punset evocaron aquéllos lejanos años finales del franquismo, de la transición política y del inicio de la democracia, cuando un grupo de jóvenes constitucionalistas capitaneado por Ignacio de Otto y Pardo (otro gran astro prematuramente desaparecido a finales de los ochenta del siglo XX, cuando tan sólo contaba cuarenta y dos años) se desplazaron desde Barcelona a la Universidad de Oviedo (que, como indicó el profesor Punset, era considerada una estación “de tránsito” en espera de otros destinos) y con su ilusión, y gracias a categorías dogmáticas tributarias sobre todo de Alemania y de Italia, articularon el Derecho Constitucional de la democracia. En ese grupo destacó Varela, quien en 1981 sorprendió con su tesis dedicada a la teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo hispánico, que sería el primer paso de una larga trayectoria vinculada a la historia constitucional. La tesis doctoral, publicada en 1983 por el Centro de Estudios Constitucionales con un prólogo de Ignacio de Otto, fue reeditada en 2012 con motivo del bicentenario de texto constitucional gaditano, y en el prólogo a esa segunda edición, su propio autor reconocía que, aunque era una obra que contemplaba “con cariño”, tres décadas de investigación hacían que viese tal libro “como si no fuera del todo” suyo. Y es que, ciertamente, quien se adentre en su lectura y la contraste con La monarquía doceañista, obra que puede considerarse complementaria de la anterior, podrá comprobar la diferencia no de estilo, sino de metodología. Fue este pronto acercamiento a los problemas de nuestro constitucionalismo histórico el que marcó ya de forma indeleble la vida y obra de Joaquín, quien ya en su etapa como docente pretendió insuflar vida a esa materia dotándola de unos principios, una metodología y unas estructuras propias que durante casi dos décadas transmitió en la asignatura Historia del Constitucionalismo. Por cierto, que la supresión de esa asignatura, a la que tan vinculado se sentía y por la que tantas y lógicas querencias tenía, supuso un duro golpe para él.

Clara Álvarez Alonso ofreció una visión más personal de Joaquín Varela, que efectuó a través de tres fechas muy concretas (1983, 1996 y 1998) que vinculó a tres momentos muy concretos en la trayectoria profesional de aquél. Lo hizo, sobre todo, compartiendo con el auditorio el impacto que los estudios iniciales de Varela tuvieron nada menos que en Francisco Tomás y Valiente (una vez recuperado por la Universidad tras el paso por el Tribunal Constitucional) y en varios proyectos académicos y bibliográficos que éste tenía, y que por desgracia su asesinato impidió vieran la luz. También compartió Álvarez Alonso la forma en que conoció a Joaquín Varela en un café de la Plaza de Oriente. Clara Álvarez Alonso permaneció, desde entonces, muy vinculada profesionalmente a Joaquín, a quien mostró un apoyo impagable en los momentos más duros, cuando la traicionera enfermedad hizo su aparición.

Por último, Ignacio Fernández Sarasola sintetizó los logros profesionales de Joaquín Varela, a la vez que explicitó cómo es posible suplir con verdadero talento, esfuerzo y ganas la ausencia de medios materiales. En primer lugar, Joaquín Varela aportó un método para el estudio de la disciplina en un importantísimo artículo, Algunas reflexiones metodológicas sobre la Historia Constitucional, que ulteriormente recogió como capítulo inicial del libro Historia e Historiografía constitucionales, publicado en 2014 por editorial Trotta. En segundo lugar, puso todo su empeño en crear una publicación especializada, y de esa manera vio la luz en el año 2000 el primer número de la Revista Electrónica de Historia Constitucional; no debe llevar a engaño el hecho de que hoy en día esté integrada en un ámbito más extenso (el Seminario, al que a continuación me referiré) y que cuente en la actualidad con financiación del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, pues sus inicios fueron modestísimos hasta el punto de que si nació en el mundo virtual (en aquéllos tiempos no tan desarrollado como lo está hoy) fue precisamente por la carencia absoluta de sustento económico. Pero, sobre todo, el gran legado de Varela es el Seminario Martínez Marina de Historia Constitucional (del que, por cierto, tengo el inmenso honor de formar parte como investigador, precisamente por iniciativa de Joaquín Varela), un espacio común donde se reúnen integrantes de varias disciplinas: Derecho Constitucional, Historia del Derecho, Ciencia Política e Historia general. El Seminario cuenta con una revista (la anteriormente mencionada), una editorial digital donde cualquier visitante puede acceder a los libros publicados de forma absolutamente gratuita, y una biblioteca virtual. En la actualidad, el Seminario ya posee un espacio físico y una modesta biblioteca. Todo eso se debe a Joaquín Varela.

Pero, sin duda, el momento más emotivo del acto fue cuando en los minutos finales se proyectaron varias fotografías de Joaquín, alternando las tomadas en actos académicos con otras mucho más personales.

Un más que merecido homenaje para una persona que sentía auténtica pasión por la disciplina, a la que cuidó con mimo y a la que tanto aportó. Y que honró con su presencia durante casi cuatro décadas a la institución que hoy le homenajeó con un merecidísimo acto-homenaje.

Y, ciertamente, no podemos dejar de glosar en esta bitácora el recuerdo a un maestro y amigo al que tanto debo en muchos sentidos. No sólo en mi afición por la historia constitucional española y comparada (aunque en este último caso, más orientada hacia el constitucionalismo norteamericano, sobre el cual Joaquín apenas había publicado), sino por el constante apoyo y aliento que recibí durante todos los años de amistad con la que me honró. Y jamás podré olvidar que, ya muy enfermo, sacó fuerzas de flaqueza para hacerme una llamada y felicitarme por el estudio preliminar que elaboré para la antología de textos de John Jay que, con el título Independencia, Estado y Constitución, ha publicado el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Aun cuando tuvo la oportunidad de leer dicho estudio introductorio (que le había remitido con anterioridad), lamentablemente no pudo ver publicada la obra, que finalmente salió al mercado este mes de abril y que precisamente va dedicada a su memoria.

IN MEMORIAM. JOAQUÍN VARELA SUANZES-CARPEGNA (1954-2018): PROFESOR, MAESTRO, AMIGO.

Joaquín Varela

Cuando a las diez y media de esta mañana recibí una llamada telefónica, no podía ni tan siquiera imaginar que la misma tuviese por objeto informarme de la triste noticia del fallecimiento de Joaquín Varela Suanzes-Carpegna, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo. Sabía que tenía problemas de salud, que afrontaba desde hacía varios años caracterizados por una heroica y constante lucha contra la enfermedad, e incluso conocía que en los últimos meses había sufrido ciertas complicaciones, pero nada me hacía presagiar un funesto desenlace en una persona que, con tan sólo sesenta y tres años, era aún joven y a quien parecían quedar muchos años por delante.

Sería ocioso intentar resumir en unas apretadas líneas, escritas al calor de la noticia y aún bajo el impacto anímico que la misma me ha dejado, lo que Joaquín Varela representó para los estudios de Historia Constitucional, que renovó por completo tanto desde el punto de vista metodológico como en los avances materiales. Desde que en 1981 se doctorase con su Teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo hispánico (obra que obtuvo la máxima calificación), y desde que sentase plaza en la Universidad de Oviedo (primero como doctor, ulteriormente como catedrático) orientó su trayectoria profesional hacia la historia del constitucionalismo, español y comparado. En sus numerosos artículos publicados en las más prestigiosas revistas y en sus libros arrojó nueva luz sobre los orígenes del parlamentarismo británico, así como sobre el liberalismo español del siglo XIX que, si tuviese que sintetizar en dos publicaciones, lo haría citando dos de sus libros: Sistema de gobierno y partidos políticos: de Locke a Park y La monarquía doceañista. Pero en modo alguno se ciñó a dichas épocas, sino que su mirada desbordó con creces la Gran Bretaña de finales del XVIII y la España del XIX, y buena prueba de ello es su recentísimo Liberalismos, constituciones y otros escritos (publicado en la editorial In Itinere, y que el lector interesado puede descargar gratuitamente aquí). En este volumen (que Joaquín Varela, ya muy enfermo, tuvo oportunidad de ver publicado) el autor pasa su aguda y escrutadora mirada por los temas más diversos relacionados con el Derecho Público, no sólo español, sino europeo y americano.

Pero más que su obra (que permanece y permanecerá incólume), quiero hoy recordar, lógicamente desde mi propia visión y mis recuerdos, a la persona en su triple faceta: profesor, maestro y amigo.

1.- Mi primer encuentro con Joaquín Varela tuvo lugar en octubre del cada vez más lejano 1991, cuando me incorporé como estudiante a la Facultad de Derecho, que no sólo estrenaba plan de estudios (aprobado, por cierto, a instancias de un catedrático hoy convertido en juez que, tras colapsar y dejar en quiebra técnica a tres órganos jurisdiccionales, deambula por el Servicio de Inspección del Poder Judicial), sino también ubicación. Como profesor, Joaquín Varela era (o cuando menos, a mí me lo parecía) distinto al resto. No se limitaba a llegar al aula y dictar mecánicamente apuntes salpimentándolos muy de cuando en cuando con algún ejemplo, como hacia la inmensa mayoría de la comunidad docente. No. Joaquín Varela transmitía en el aula su pasión por la asignatura sin necesidad de dictar, y prácticamente sin consultar datos o notas. Sus clases me parecían una bocanada de aire fresco, una ventana abierta en medio de la cerrazón de una facultad que, aun con el reto de afrontar el inminente tránsito al siglo XXI, materialmente permanecía anclada no ya en los años cincuenta del siglo XX, sino en algunos aspectos en el siglo XIX.

Tuve la suerte de que el profesor Varela fuese mi docente en las asignaturas de Derecho Constitucional en primer y segundo curso, pero quizá donde brilló con luz propia fue en la optativa Historia del Constitucionalismo, quizá por ser la que en cuanto a su contenido material se sentía más cercano. Aun cuando a lo largo de los años mutó su programa ciñéndose a la historia constitucional española, cuando en 1994 (año en que la cursé) se impartió por primera vez, en ella se estudiaba el constitucionalismo de los cuatro grandes países: Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia y España. Quizá el mejor elogio que se pueda decir de Joaquín Varela como profesor es que fue la única asignatura que aprobé sin estudiar absolutamente nada, pues me bastó y sobró con acudir a sus clases y leer sus trabajos.

Joaquín Varela, como docente y como persona, era de una honestidad intelectual a toda prueba, lo que puedo acreditar con una reveladora anécdota. En el examen oral que hube de efectuar  a finales del año 1994 para optar a una matrícula de honor en Historia del Constitucionalismo, tras unos escarceos preliminares sobre las diferencias entre el constitucionalismo inglés y americano, se entró en el auténtico mar de los sargazos: la Constitución de 1931. El joven que era yo en aquellos años aún no tenía el trato con Joaquín Varela que llegaría a tener con posterioridad, y en aquel entonces lo veía como el inalcanzable profesor situado muy por encima de mi, pero con todo, no dudé en transmitir una visión muy crítica del periodo republicano y del propio texto constitucional, amparándome en la visión crítica de Stanley G. Payne y de Joaquín Tomás Villarroya. Aun cuando Joaquín Varela discrepó con mi análisis y  mi visión de ese período histórico, me concedió la matrícula.

2.- Al finalizar la carrera, mi intención originaria era la de permanecer como docente en la facultad, algo que por circunstancias que no vienen al caso, se frustró. En su momento contacté con el profesor Varela, a quien transmití mis inquietudes y mis intenciones, y en su honor diré que desde el primer momento dejó claro que estaría encantado de ayudarme. Por entonces aún no había creado escuela, pues Ignacio Fernández Sarasola (su discípulo directo), a quien me presentó en aquellos momentos, se encontraba inmerso en la redacción de su tesis doctoral. Y pese a que la opción de ser docente se frustró, jamás olvidé ni olvidaré que mostró en todo momento disponibilidad para ofrecerme, total y desinteresadamente, su ayuda.

El hombre propone y Dios dispone, y aunque orientado hacia el ejercicio de la abogacía, profesión que hoy por hoy (toquemos madera) es la que me sustenta, sin embargo, mi condición de jurista práctico no mató al gusanillo de la investigación jurídica ajena al foro. Es entonces cuando por pura casualidad (una conferencia que impartió en el 2005 en el Ateneo Jovellanos para, si no me falla la memoria, presentar su biografía del conde de Toreno), retomé el contacto con Joaquín Varela, que aun cuando había dejado de ser mi profesor, no dejó ni dejaría de ser mi maestro.

Desde entonces, no cesó de otorgarme su apoyo y su aliento. A Joaquín Varela debo el haber despertado nuevamente mi veta investigadora, paradójicamente más orientada hacia el constitucionalismo estadounidense que al británico. Fue Joaquín quien me animó a publicar mi primer libro, Tres controvertidas elecciones presidenciales estadounidenses: Thomas Jefferson, Rutherford B. Hayes y George Bush, al que tuvo la amabilidad de incorporar un generosísimo prólogo. Desde entonces, siempre le remitía mis artículos antes de enviarlos para su publicación, al igual que siempre tuvo la generosidad de remitirme los suyos.

Por ello, aunque desde el punto de vista formal no puede considerárseme stricto sensu integrado en el ámbito del personal investigador de la Universidad, ello no impide que considere y siga considerando a Joaquín como mi maestro.

3.- Durante la última década, Joaquín Varela no sólo era un maestro, sino un amigo. Aunque no con la frecuencia que a ambos nos gustaría, sí que manteníamos contacto telefónico, y todos los veranos durante el mes de agosto nos citábamos en Gijón, en la terraza del café Dindurra, para tomar algo y conversar sobre lo humano y lo divino. En esas animadas conversaciones no sólo nos poníamos al día de nuestros respectivos planes y trabajos, sino que pasábamos revista a la actualidad, y aunque nuestras perspectivas ideológicas no eran exactamente iguales (Joaquín tendía más hacia un liberalismo progresista, social-demócrata, mientras que yo nunca oculté mi preferencia por un liberalismo más conservador), sin embargo ambos respetábamos profundamente el punto de vista del contrario, y además, curiosamente, en los últimos años nuestros puntos de vista estaban muy próximos en las cuestiones esenciales.

Precisamente en una de las últimas ocasiones en que nos vimos personalmente, Joaquín me manifestó su deseo de, una vez llegase inexorable el momento de la jubilación, disponer de tiempo que dedicar a las lecturas más diversas. De igual forma, me mantenía al día del estado de elaboración de la que consideraba su obra más acabada: el manual de Historia constitucional española, que al parecer tenía muy avanzado. Por desgracia, la enfermedad se lo ha llevado sin poder haber visto publicado el volumen que culminaría sus cuatro décadas de investigación a la historia constitucional. Esperemos no obstante que aun cuando sea de forma póstuma, dicha obra vea la luz.

Descansa en paz Joaquín Varela Suanzes-Carpegna. Profesor, maestro, y, sobre todo, amigo. Te echaré de menos.

LAS CABALGATAS DE LA POLÉMICA.

Reyes magos

Los pasados días hemos vivido una polémica sobre la nueva estética que a las tradicionales cabalgatas de reyes han otorgado algunas corporaciones locales. Unos y otros han ofrecido sus argumentos, criticando unos la quiebra de las tradiciones y oponiendo otros que se trataba de renovar el tradicional festejo intentando despojarlo de algunos de los elementos más vinculados a la religión para acomodarlo más a un Estado aconfesional. Pues bien, tras haber escuchado a unos y otros, como siempre desde esta bitácora, expondremos los hechos (el origen de la festividad de los reyes magos) para, a continuación, ofrecer nuestra particular visión de la polémica.

LA LEYENDA. Según la historia tradicional que permanece generación tras generación, al nacer Jesús una estrella marcó el camino a tres Reyes Magos (llamados Melchor, Gaspar y Baltasar –los dos primeros blancos, el último de color-) guiándoles desde el lejano Oriente hasta el establo de Belén, donde éstos se postraron ante el niño y le ofrecieron como presentes oro, incienso y mirra. La festividad del seis de enero conmemora el viaje de los tres Reyes Magos y la ofrenda al redentor. Por tanto, se trata de una festividad claramente vinculada a un elemento esencial de la religión católica, cual es la natividad de Jesús.

NARRACIÓN DEL EPISODIO CONMEMORADO EN LAS FUENTES BÍBLICAS. Orillemos el hecho de que en el cristianismo primitivo existían numerosos evangelios, y aceptemos como base o criterio para verificar la realidad de la leyenda las fuentes bíblicas, es decir, a los veintisiete libros que desde el siglo IV constituyen el canon del Nuevo Testamento, remitiéndo al lector interesado en lo referente a la formación del mismo la Guía para entender el Nuevo Testamento, excelente síntesis de Antonio Piñero publicada en la editorial Trotta. Pues bien, veamos cual es el rastro que la leyenda de los reyes magos tiene en los libros del Nuevo Testamento.

1.- Para empezar, comprobaremos que de los cuatro Evangelios, tan sólo en uno se menciona el episodio, y no exactamente como narra la leyenda. En efecto, de los tres evangelios sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) tan sólo Mateo lo menciona; por su parte el de Juan (que responde a una filosofía diferente a los otros tres) tampoco dice nada. En el caso de Marcos y Juan es explicable, dado que comienzan con la actividad pública de Jesús, es decir, con el bautismo en el Jordán, orillando por tanto toda mención o referencia a su infancia y juventud. Pero no deja de ser significativo que Lucas, que sí aborda brevemente ciertos episodios del nacimiento y la infancia del mesías, omita toda referencia a la adoración de los Magos.

2.- Centrando, pues, la atención en el Evangelio de Mateo, único que nos ofrece algunos datos, lo cierto es que tampoco podemos encontrar consagrado en él lo que la leyenda nos transmite. En efecto, Mateo nos dice lo siguiente: “Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos magos llegaron de Oriente a Jerusalén, preguntando ´Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo` Cuando lo oyó el rey Herodes se sobresaltó, y toda Jerusalén con él. Y convocando a todos los pontífices y escribas del pueblo, les estuvo preguntando dónde había de nacer el Cristo […] Entonces Herodes llamó en secreto a los magos y averiguó cuidadosamente el tiempo transcurrido desde la aparición de la estrella. Y encaminándolos hacia Belén, les dijo ´Id e informaos puntualmente acerca de ese niño; y cuando lo encontréis, avisadme, para que también yo vaya a adorarlo` Después de oír al rey, se fueron. Y la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella, sintieron inmensa alegría. Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrados en tierra, lo adoraron; abrieron sus cofres y le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y advertidos en sueños que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino” (cito por la edición de la Biblia publicada por editorial Herder, Barcelona, 1975, página 1005)

3.- Por tanto, de la lectura de Mateo nos encontramos con elementos familiares (la estrella que guía a los magos y que se detiene en el lugar donde nació Jesús, la ofrenda de oro, incienso y mirra), pero las similitudes con la leyenda se detienen ahí. Para empezar, Mateo habla de “unos magos”, pero ni dice que sean reyes, que su número sea tres y mucho menos que se llamen Melchor, Gaspar y Baltasar (como tampoco, por cierto, dice que Jesús hubiese nacido en un portal). Simplemente habla de “unos magos” que vienen de Oriente a adorar al “rey de los judíos”, y el nerviosismo de Herodes el Grande ante esa noticia. Ahora bien, este acontecimiento ha de interpretarse no con perspectivas actuales, sino en la realidad existente en la Judea del siglo I a.C.

A.- El uso del término “mago” y la referencia a Oriente implica que se está refiriendo a sacerdotes de la religión persa, es decir, de la casta sacerdotal que adoraba a Ahura Mazda y que tenía por profeta a Zoroastro. Por tanto, quienes acuden a Judea a adorar al mesías son miembros de la casta sacerdotal persa.

B.- En todo el territorio integrante del antiguo reino de Judá se vivía un ambiente claramente mesiánico, es decir, que gran parte del pueblo estaba convencida de que en esos tiempos nacería el Mesías, quien se suponía que sería un líder político (y, por ello, descendiente de la casa real de David) que encabezaría una revuelta nacional que expulsaría a los romanos del territorio y restauraría el reino de Dios en la tierra. De ahí la referencia al “rey de los judíos” y el temor de Herodes el Grande, que pese a ser monarca del reino de Israel no era de la casa real de Judá, sino un idumeo y, por ello, objeto de desprecio por un pueblo cuyo cariño nunca logró obtener pese a los serios esfuerzos por obtenerlo (uno de los intentos consistió en la reconstrucción del Templo de Jerusalén), a lo que se añadía que no observaba las estrictas reglas de la ley mosaica y que se sostenía gracias a la tolerancia de Roma.

Por tanto, siendo puristas, según las fuentes canónicas, los magos ni eran reyes, ni eran tres, ni se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar. Su elevación a la categoría de “reyes” data del siglo II d.C y su nombre y caracterización es ya de origen medieval.

LA POLÉMICA: LAS “CABALGATAS RENOVADAS”. La polémica surge fundamentalmente cuando en determinadas cabalgatas de reyes como en Madrid capital (omito el tragicómico episodio de Valencia), se renueva la estética de la representación de los Reyes Magos, renovando no sólo toda la infraestructura (omitiendo villancicos, sustituyendo los camellos y las tradicionales carrozas por otras más luminosas) sino el propio atrezzo de Sus Majestades, cubriéndolos con unas túnicas ciertamente llamativas. Quienes critican estas nuevas formas critican el hecho de que se aparten de las tradiciones, mientras que desde el Ayuntamiento se defiende la medida indicando que se trata de hacer una nueva puesta en escena similar a las representaciones de algunas obras del género lírico, donde la puesta en escena se separa de lo tradicional para situar la obra en un contexto diferente.

MI OPINIÓN AL RESPECTO. Me permito indicar que las ideas que a continuación voy a exponer son absolutamente personales, subjetivas y, por tanto, falibles y las cuales están lógicamente sujetas a la sana crítica, pero que expresan mi particular visión del conflicto.

1.- Para empezar, creo que se ha dado a este tema mucha más importancia de la que tiene (aunque ni comparación con la que se otorga al deporte «rey», pues una bajada de rendimiento de Cristiano Ronaldo o de Messi concitan más atención en el público en general que la bajada de la bolsa o de los sueldos). Se puede criticar una medida, obviamente, y se puede discrepar o defender esta idea. Pero creo que la repercusión que se le ha otorgado excede con mucho de lo razonable, viendo el nada halagüeño panorama que en todos los aspectos está viviendo el país.

2.- Bien sentado lo anterior, mi opinión es que las nuevas corporaciones locales que han optado por este lavado de imagen no han estado acertadas. Y ello por varias razones:

A.- Se ha perdido de vista un dato esencial, cual es que los destinatarios de la cabalgata son los niños, y no los mayores. Y evidentemente, los niños, sobre todo los de corta edad, no entienden ciertas sutilezas. E intentando hacer algo que va destinado a gente de edad más avanzada, los organizadores se han olvidado de quiénes son los principales protagonistas: los niños.

B.- Todo Ayuntamiento es absolutamente libre de celebrar o no la cabalgata. Si la Corporación está dominada por gente agnóstica o atea, puede perfectamente (y sería absolutamente lícito y respetable) que decida no sustentar oficialmente apoyo a una cabalgata que conmemora un episodio ligado a una festividad religiosa. Eso sí, entiendo que debe permitir que quienes deseen hacerlo tengan esa posibilidad, para lo cual les bastaría permitir a quienes sí deseen organizar ese evento ofrecerles las mismas posibilidades que a cualquier otra manifestación pública (rutas, supervisión de la policía) bastando que los ediles o representantes públicos se desvinculen de ella despojándola de toda mácula de oficialidad. Lo que no se puede hacer, al amparo de una mal entendida laicidad, es representar un episodio religioso desvinculándolo del elemento religioso que representa. Eso personalmente me parecería tan ridículo como representar Hamlet sin Hamlet.

C.- La defensa que ha ofrecido el Ayuntamiento, comparando su actuar con las actualizaciones de obras líricas por ciertos directores de escena, no está mal traída. Evidentemente, quien defienda esas nuevas versiones del género lírico puede pasar por esta teoría, pero yo no puedo aceptarla precisamente porque en lo que a la escenografía de las obras se refiere soy muy purista, y estoy absolutamente opuesto a todo intento de renovación. Y me explico. Toda obra está ligada de forma indisoluble a unas coordenadas histórico-temporales sin las cuales carece de sentido, y todo intento de extraerla de ese ámbito es desnaturalizarla y, lo que es más grave, privarla de todo sentido. ¿Sería creíble exportar, por ejemplo, a don Quijote al siglo XIX, como se hizo en determinad representación? Ridículo, en una época donde hablar de novelas de caballería o de caballeros andantes sería un anacronismo. Pero es que en ocasiones esas “actualizaciones” llegan al ridículo, y pongo un ejemplo concreto. En cierta representación de la obra Il viaggio a Reims, de Rossini (que aborda el encuentro de varias personas de distinta procedencia que confluyen en una posada de camino a la ciudad francesa para la coronación del rey Carlos X de Francia) el director de escena optó por una moderna escenografía, situando a los personajes a finales de los años cincuenta del siglo XX y nada menos que en el interior de un avión. Ahora bien, ¿cómo justificar el viaje a la ciudad francesa para la coronación y, lo que es más, el grito unánime final invocando a Carlos X en una época donde Francia es una república presidida por Charles de Gaulle? Imposible, a menos que se retoque la letra, pero ello supone ya una traición al autor.

A MODO DE CONCLUSIÓN. En resumen, que de todo lo anterior, mis tesis son las siguientes:

1.- Lo que se celebra no es más que una leyenda, que no refleja exactamente el episodio narrado en tan sólo uno de los evangelios canónicos, y cuya veracidad cabe cuestionarse dada la ausencia de toda mención al mismo en los restantes.

2.- Lo lógico es no celebrar el acontecimiento o, de hacerlo, mantenerlo como tradicionalmente se ha venido haciendo. Lo contrario es desnaturalizar una representación y, para eso, vale más no hacerla.

3.- Se ha olvidado que el público destinatario de las cabalgatas son los niños. Y que a los tres, cuatro, cinco y seis años muy pocos entenderán determinadas representaciones y, sobre todo, determinados mensajes que van orientadas a los adultos. No obstante, si lo que se desea es enviar mensajes a la población adulta, conviene recordar a los regidores municipales que tienen otros 364 días totalmente a su disposición.

LA POTESTAD REGLAMENTARIA EN GRAN BRETAÑA.

British Parliament

En los países formados en la tradición del common law no existe como tal una Administración al modo en que ésta se ha formado en Francia tras la Revolución y ulteriormente se exportó a las naciones de la Europa continental. Por el contrario, como bien indica Eduardo García Enterría en su luminoso estudio Revolución Francesa y Administración contemporánea, tanto Inglaterra como las naciones surgidas bajo la férula británica fueron coherentes con el principio de división de poderes tal y como originariamente lo formularon John Locke y Charles de Secondat, limitando la organización estatal a Ley, Tribunales y orden público. No es ya que no exista una Administración (el propio Eduardo García de Enterría recuerda en su clásico Curso de Derecho Administrativo que el ordenamiento inglés incluso desconoce el término “estado”, dado que invariablemente se utiliza el de “Corona” o “Su Majestad”), sino que el concepto de potestad reglamentaria, elemental en los derechos continentales, es absolutamente desconocido tanto en Inglaterra como en sus rebeldes hijos emancipados, los Estados Unidos de América. En efecto, en el Reino Unido los órganos del poder ejecutivo no gozan de una potestad reglamentaria similar a la que en nuestro país reconoce al Gobierno el artículo 99 de la Constitución, sino que han de actuar conforme a lo que jurídicamente se califica como delegated legislation, es decir, delegación legislativa, aunque tal expresión no debe confundirse con lo que en nuestro país se entiende por tal. De igual manera, en los ordenamientos del common law la normativa emanada en ejercicio de esa delegated legislation no sólo es controlada por los Tribunales, sino que suele existir un mecanismo de control de la misma por el propio legislativo, algo que en nuestro país no existe de forma explícita aunque implícitamente se contemple en el artículo 82.6 de la Constitución cuando, al regular precisamente las delegaciones legislativas, se haga referencia a fórmulas adicionales de control. Pero, insisto, el término “delegación legislativa” no tiene el mismo significado en Gran Bretaña que en nuestro país. Si en España con ello se quiere significar que el Gobierno hace uso de una delegación para aprobar una norma con rango de ley, en el Reino Unido con ello se está haciendo referencia a la aprobación de normas secundarias (algo similar a nuestros Reglamentos) en el ejercicio de las potestades que le confiere un texto legal.
Nos concentraremos en esta ocasión en el Reino Unido. El 26 de marzo del año 1946 se aprobó la An Act to repeal the Rules Publication Act 1893, and to make further provision as to the instruments by which statutory powers to make orders, rules, regulations and other subordinate legislation are exercised, que viene a ser una especie de equivalente a los preceptos que nuestra Ley 50/1997 dedica al procedimiento de elaboración de las disposiciones de carácter general y a la forma y ordenación jerárquica de dichas resoluciones. Así, el artículo 1.1 de dicha norma define lo que en la terminología jurídica anglosajona recibe la denominación de Statutory Instrument, (más o menos equivalente a nuestros Reglamentos), y que únicamente se otorga a “Su Majestad en Consejo” (en cuyo caso el instrumento normativo recibirá la denominación de “Orden en Consejo”) o en el Ministro de la Corona, en cuyo caso formalmente se articulará como “Instrumento Estatutario”. Es curioso que una norma aprobada en 1946 siga hablando de “His Majesty in Council”, cuando este órgano ha dado paso ya desde el siglo XVIII al Gabinete. Pero, sin duda alguna, el lector interesado en comprobar cuan diferente es el ejercicio de las facultades normativas de los entes ejecutivos en Inglaterra respecto a nuestro país, lo mejor que puede es acudir a la fuente original, es decir, al Parlamento británico, pues la Cámara de los Comunes ha elaborado en agosto del año 2011 un didáctico resumen de apenas seis páginas con el título Delegated legislation: brief guide. Dicho resumen se inicia con una elocuente expresión: “Es difícil hacer observaciones generales respecto a la delegación legislativa, dado que la misma se utiliza para una amplia gama de objetivos y es objeto de varias formas de control parlamentario”. También es llamativa para el jurista continental esta otra afirmación: “Los Tribunales pueden controlar si el Ministro, al elaborar un instrumento estatutario, ha utilizado correctamente la potestad que le ha sido delegada por una ley del Parlamento, o si se han respetado las garantías procedimentales estipuladas en el texto legal, pero no puede cuestionar la validez de dicho instrumento por ningún otro motivo”. En definitiva, que el control judicial se limita única y exclusivamente a constatar la adecuación de la norma a la ley habilitante (es decir, verificar que no se ha incurrido en exceso o ultra vires) y a una verificación del respeto a las formas procedimentales. Sin más.
Por último, también cabe destacar un aspecto que puede resultar chocante a la mentalidad del jurista europeo: el hecho de que un Ministro del Gabinete pueda, en determinadas circunstancias y mediante un instrumento denominado Legislative Reform Order, modificar la regulación contenida en un texto legal. Dicha facultad ha sido consagrada a nivel legislativo en la Legislative and Regulatory Reform Act, aprobada el 8 de noviembre de 2006, y cuya kilométrica denominación es, cito textualmente: “An Act to enable provision to be made for the purpose of removing or reducing burdens resulting from legislation and promoting regulatory principles; to make provision about the exercise of regulatory functions; to make provision about the interpretation of legislation relating to the European Communities and the European Economic Area; to make provision relating to section 2(2) of the European Communities Act 1972; and for connected purposes.”.
En definitiva, que se trata de dos sistemas absolutamente distintos en los cuales se da una curiosísima circunstancia: una misma expresión terminológica nos lleva a realidades distintas en función del sistema jurídico en el cual se aplique. Así, cualquier jurista español entenderá por “delegación legislativa” el ejercicio que el Gobierno haga de una autorización del Congreso para elaborar normas con rango de Ley, y que el ejecutivo agotará con la aprobación de un texto que adoptará la forma de Real Decreto Legislativo (ya sea un texto articulado o un texto refundido). Ahora bien, esa misma expresión utilizada en el ámbito anglosajón implicará el uso que el Gabinete o cualquiera de los Ministros haga de las autorizaciones que una ley habilitante le otorga para aprobar normas subordinadas a la ley (más o menos equivalentes a nuestros reglamentos) y que tienen su fuente no en una potestad reglamentaria que genéricamente le atribuya la Constitución (dado que, entre otras cosas, en Gran Bretaña no existe constitución escrita) sino la concreta atribución que le confiere un texto legal específico.

UN COMIENZO DE 2015 MUY….VIENÉS!!!

Viena

Este año 2015 del que han transcurrido ya las primeras horas ha comenzado para mi de forma algo peculiar, porque Viena ha estado presente en todo momento. No la Viena actual, sino la nostálgica capital del vasto imperio danubiano que implosionó súbitamente en 1918. Y ello por varias razones que paso a enumerar:

I.- La música: Concierto de año nuevo. No es una novedad ni un secreto que quien suscribe mantiene la inalterada tradición de comenzar cada nuevo año visionando el Concierto de Año Nuevo ofrecido por la Orquesta Filarmónica de Viena desde el Musikverain, y que este año contó con la batuta de Zubin Mehta. En ocasiones anteriores ya hemos hecho referencia al origen y desarrollo de este acontecimiento, que precisamente este año cumple los tres cuartos de siglo de existencia.

II.- El almuerzo: Salchichas y café vienés. Tras el concierto, en la mesa me encontré con la inesperada sorpresa de encontrarme entre la comida salchichas vienesas, y de sobremesa un café vienés. Parece que la sombra de la capital danubiana me persigue el día de hoy.

III.- El cine de sobremesa: dos films clásicos sobre Johan Strauss jr. Después de la comida, he visto un par de biopics sobre Johan Strauss, cuyos valses constituyen el tronco medular del concierto de año nuevo. El primero (aunque segundo cronológicamente) es el que en 1938 dirigiera el francés Julien Duvivier con el título de The great waltz, y protagonizado por el también francés Fernand Gravey en el rol del compositor austríaco. Confieso que este es uno de esos casos en los que una película vista hace muchos años y que se tenía en un pedestal no ha resistido el peso de un nuevo visionado. En efecto, vista de muy niño (apenas tenía los quince años la única vez que la había visto) la tenía en muy alta estima, y sin embargo, vista con los ojos de hoy, no pasa de ser un entretenido divertimento bastante poco fiel a la historia (aunque, forzoso es decirlo, la propia película lo reconoce abiertamente al inicio de la misma) de la que únicamente se respeta la existencia de que el segundo Strauss mantuvo una relación extramatrimonial con la cantante de ópera Carla Donner. Es un film que abusa en exceso de los números musicales para el lucimiento de la actriz principal, y que en ocasiones puede llegar a resultar cansino, pero que con todo merece la pena por las notas de humor que salpican el film y, sobre todo y por encima de todo, por la brillante y muy lograda secuencia en la que Strauss va componiendo su vals Cuentos de los bosques de Viena precisamente en un paseo en carroza por dicho lugar, inspirándose en los distintos sonidos del bosque (traqueteo de la carroza, cantos de los pájaros, cuernos de los pastores). Con todo, tiene alguna que otra carencia que la segunda de las películas intenta suplir.

El segundo film se titula Waltzes from Viena, y se había rodado en Inglaterra cuatro años antes, bajo la dirección nada más y nada menos que de Alfred Hitchcock, siendo uno de los films menos apreciados por el director y rodados en su etapa británica. Este film es también un biopic bastante fantasioso, pero si al igual que el anterior está salpimentado con bastantes notas de humor, en esta ocasión existe una diferencia fundamental que hace que el visionado de esta película sea mucho más delicioso: aquí tiene un protagonismo notable el compositor Johann Strauss sr (encarnado por el actor Edmund Gwenn), personaje que en el anterior film ni tan siquiera se le menciona. Y es que uno de los alicientes de esta película es el conflicto paterno-filial, ocasionado en no pocas ocasiones por los celos paternos ante el despunte del hijo. Con todo, hay una secuencia que me parece magistral, que es precisamente con la que finaliza la película. Cuando el hijo ya ha visto reconocida su valía, una niña acude al viejo compositor y padre del nuevo ídolo a que le firme un autógrafo, a lo que éste estampa un “Johann Strauss”, pero cuando la niña ya se marchaba, Strauss le pide que vuelva, y añade lentamente la expresión “senior”, dando a entender que no sólo reconoce, sino que respeta con orgullo la fama de su hijo y que ahora son dos los miembros de la familia dedicados a la composición. Por cierto, que esta película puede encontrarse íntegra (en versión original inglesa, claro está) en youtube, y como tal se la ofrecemos al lector interesado:

IV.- La literatura: La marcha Radetzky. Visto que el encanto de Viena me persigue, he decidido releer La marcha Radetzky, la clásica novela de Joseph Roth a la que igualmente le hemos dedicado un análisis con anterioridad. Novela crepuscular, narra la saga de tres generaciones de la familia Trotta: el que en la batalla de Solferino salva la vida al joven emperador Francisco José; el hijo del “héroe de Solferino”, burócrata imperial protegido por la memoria de su progenitor; y el hijo del funcionario, nieto del primero, que es obligado por su padre a entrar en el ejército, en el que malvive a la sombra de su apellido. En pocas obras como en ésta (quizá tan sólo en las de Stephan Zweig) puede verse con tanta claridad la descomposición de toda una época y el ocaso de un imperio secular como el austrohúngaro.

V.- El derecho: los maestros del derecho público. Ya puestos, y para que Viena no desaparezca este primer día ni tan siquiera del mundo jurídico, me he prometido iniciar la lectura de los Maestros alemanes del derecho público, del profesor Francisco Sosa Wagner que, si bien se concentra principalmente en juristas germanos, no deja de referirse a algunos de los principales juristas austríacos, sobre todo a Hans Kelsen.

En definitiva, un comienzo de año muy vienés, que quizá pueda chocar para alguien como el autor de estas líneas, tan apasionado por la cultura anglosajona. Pero, en fin, de vez en cuando conviene hacer alguna que otra variación.

GORE VIDAL COMO AUTOR DE NOVELA HISTÓRICA.

Ayer martes 31 de julio de 2012 fallecía en su domicilio el polémico escritor norteamericano Gore Vidal, el enfant terrible que, como dicen sus obituarios, no dejó títere con cabeza. De su ingente obra (en la que destaca tanto la crónica política como el ensayo y los guiones de cine) quisiera centrarme hoy en sus incursiones en el género de la novela histórica. Y es que en ese género Vidal se reveló como un reputado novelista que, al igual que en el resto de facetas, no se caracterizó precisamente por la ortodoxia. Repasemos.

Creación es una de sus novelas donde recreaba el panorama filosófico del siglo V antes de Cristo a través de la figura de Ciro Espirama, un personaje de ficción a quien emparentaba con el profeta Zoroastro; lo curioso de esta obra es que, como ya hemos indicado en un post anterior, la visión del mundo antiguo se realiza desde una visión claramente favorable al imperio persa en contraposición a la clásica versión pro-helenística (de hecho, el autor se refiere a las guerras persas como guerras griegas). Juliano el apóstata es un acercamiento al mundo del siglo IV, donde el combate entre cristianismo en alza y paganismo en retirada se personifica en la trágica figura del emperador Juliano, el César que pretendió restaurar el culto a los antiguos dioses helenístico-romanos y a quien el autor de la obra no sólo no ve con malos ojos, sino que retrata con un nada disimulado halo de simpatía. En busca del rey narra la odisea del rey Ricardo Corazón de León, desde su captura tras el regreso de tierra santa hasta su liberación y posterior regreso a Inglaterra; pese a que Vidal nos indica en las primeras líneas de su prólogo que la pretendida historia de Blondel (un trovador que habría recorrido Europa en busca del rey Ricardo, a quien encontró precisamente por entonar los sones de una canción que el monarca inglés había compuesto y que Ricardo habría reconocido y respondido desde la torre de su prisión –escena que, por cierto, recoge la versión de Ivanhoe dirigida en 1952 por Richard Thorpe-) no es más que una leyenda, el novelista reconoce que ésta tiene más atractivo que la realidad y en apenas doscientas páginas resume de manera magistral la lucha del trovador por encontrar y liberar a Ricardo de Inglaterra. Pero donde Vidal descolla como un magistral pintor de caracteres individuales y sociales es en su larga serie dedicada a la historia de los Estados Unidos. Burr es una magnífica novela (de la que en España únicamente existe una edición fechada en 1975) en la que relata la historia del héroe de la revolución americana, político republicano y tercer vicepresidente de los Estados Unidos, Aaron Burr, desde una perspectiva absolutamente novedosa para su época, pues rehabilitaba en gran medida al personaje en contra de la opinión histórica dominante en aquellos momentos, adelantándose a autores como Milton Lomask o Nancy Isenberg; la escena donde un anciano Burr recrea en Weehawken el duelo que mantuvo con Alexander Hamilton es, sencillamente, magistral. Lincoln narra los avatares de los Estados Unidos desde la llegada del presidente electo a Washington D.C hasta el asesinato de éste, haciendo un repaso de los principales acontecimientos desde un punto de vista ciertamente heterodoxo. 1876 recupera la figura de Charlie Schuyler (el protagonista-narrador de Burr), quien regresa a los Estados Unidos en el año del centenario y se ve sumergido en la polémica elección presidencial que enfrentó a Hayes y a Tilden, en esta ocasión desde una abierta posición demócrata y defensa de las posiciones demócratas, aunque no del candidato demócrata Tilden, a quien no llega a ver del todo con simpatía. La saga de la historia la prolongó Vidal en Imperio, Hollywood y Washington D.C.

Como guionista, su impronta quedó reflejada en joyas como Ben-Hur (suya es, entre otras cosas, la veladísima referencia a la homosexualidad entre Ben-Hur y Messala en la escena inicial donde ambos arrojan las lanzas a una cruz) o en De repente, el último verano, así como en esa joya del cine político que es The best man, donde unos magníficos Henry Fonda y Cliff Robertson se disputan la nominación presidencial de su partido. Pero hoy deseaba referirme al novelista y no al político, al guionista o al ensayista en general. Esperemos que el óbito de Vidal anime a los editores a lanzar nuevamente al mercado algunas de sus obras prácticamente ilocalizables (caso de Burr o Washington D.C.) salvo en el mercado anglosajón.